87.
En el agua, más que en otros elementos,
aprecio la alternancia de proximidad y distancia. Me resulta habitual detenerme
frente al mar y escrutar el horizonte, esperando siempre divisar la otra playa
–la opuesta–, creer que se reiterará esta naturaleza de arroyos interiores y
competencia de orillas. Al cabo, me convenzo cada día de la imposibilidad del
fenómeno, y espero que en vez siguiente el mar transcurra entre taludes.
Rememora la existencia por nacer, cuando al quitar atención a su
estatura, el cuerpo se sumerge. Bien lo expresa Paul Valéry en el cuarto poema
en prosa de su póstumo Alfabeto: La propia voluntad y el albedrío general de
los hombres se configuran en el recreo de las aguas. Acaso haya un aroma en
este aire insulso y vaporoso cuya compleja flor inquiera los recuerdos y
abrigue o dé color a este impreciso afán del ser desnudo. Los ojos se extravían
o se cierran. La duración flaquea, sin contactos. En sueños, el espíritu se
descose las venas.
Como si el agua abriese jaulas del cuerpo y liberase el alma. Un
espíritu amante en libertad, olvidado de sus condicionantes: espacio y tiempo,
porque estaciona siempre dispuesto a su fusión en líquido que suma, iguala,
integra en corriente o mareas.
Después de múltiples ensayos y al cabo de doce años de intentar los
veinticuatro textos convenidos para su Alfabeto,
Valéry abandonó el proyecto. Sin embargo, el poeta legó varias alternativas
por cada una de las letras del alfabeto –excluidas, como se sabe las muy poco
frecuentes K y W de su lengua–. A los sesenta y seis años, el poeta desechó ese
trabajo que amaba profundamente, y en cuyo desarrollo había reflejado su vida
hora por hora de una jornada. Y, como queda dicho, con muchas variantes. Pero
Valéry estaba en condiciones de entregarse a otro amor, el más intenso de su
vida.
En sueños, el espíritu se descose las venas… Presiones que me impuse, que se impone el poeta. Inacabado siempre es un sueño que se repite y me lleva cuarenta años atrás, cuando fui dependiente en una acería. Como tantos trabajos que tuve, mi tarea estaba muy lejos de lo que me gustaba o quería hacer. El sueño me lleva allí, a un día en que me he quedado en casa, no he ido a trabajar; el sueño me lleva hasta la noche anterior de este mismo día en que sueño. Y mi angustia es enorme: ¿por qué he dejado de ir a trabajar allí? ¿Cómo atento de esta forma con mi medio de vida, y con quienes dependen de mí? Y cuando el sueño se ha transformado en pesadilla, comprendo que en realidad hace mucho que no voy a trabajar porque he dejado de pertenecer. Eso sucede en un estado previo a la completa lucidez, cuando aún no he salido totalmente del sueño. Y volveré a soñarlo, quizás. O por el hecho de haberlo escrito ahora, mi inconsciente no volverá a engañarme.
(c) Carlos Enrique Cartolano. "Scherzo", 2021
Ilustración: Advocate (c)
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