Amor en
lengua materna
1970
¡Qué año
ese! Cuando Paul Celan saltaba al Sena
desde Pont Mirabeau, yo me interné en un matrimonio feliz en descendencia,
aunque complejo y doloroso en sus extremos. El amor es siempre difícil cuando
de él todo se pretende, desde la mayor felicidad hasta restañar previas heridas
e inmunizar para vínculos por llegar. Todo es imposible. En vida de Celan lo
supieron Gisèle Lestrange –su mujer–, Ingeborg Bachmann –una relación
extramatrimonial que mantuvo el poeta durante veintidós años– y también su
confidente Nelly Sachs. Porque todo lo que él amó, y todo aquello por lo que se
estremeció, dejó huellas en su literatura. Su correspondencia es frondosa,
especialmente la que mantuvo con esas tres mujeres que mencioné antes. El amor tuvo
en Celan dos aliados permanentes: la poesía y el idioma alemán.
Sus
padres, judíos confinados en campos de exterminio murieron cuando Paul
–sobreviviente del genocidio judío– era joven todavía. La misma lengua materna,
sinónimo del amor de su madre, fue el idioma de los carniceros nazis. Tal su
desgarro literario iniciático. Él se empeñó en escribir en esa lengua, y hasta
aquí su poesía rescata y jerarquiza el idioma alemán. Más allá de la famosa
frase de Theodor Adorno, la poesía fue posible en la posguerra y para Paul
Celan, que compartía con Heidegger la idea de que el lenguaje es morada en que el hombre habita sostuvo: Uno solo puede expresar su propia verdad en
la lengua materna; cuando emplea un idioma extranjero, el poeta miente.
La
poesía de Celan en alemán, fue lo que la prosa en Kafka: el pináculo literario
del idioma. Y en sus cartas, y en sus amores, por cierto. Pocos días después de
conocerla, la primera correspondencia de Celan fue un poema que dedicó a
Ingeborg; una propuesta de amor en alemán. La belleza del arte literario se
impuso una vez más a la muerte. La poeta ardería en su lecho tras dormirse con
un cigarrillo encendido; él como queda dicho eligió el suicidio en el poco
deseable año de 1970. Pero cartas y poemas sobrenadaron aguas del Leteo, y hoy
resultan pródigas en estremecimientos de la lectura.
Piensa
En Egipto. Cuantas veces lo leo, te veo ingresar a ese poema: Eres la razón de
vida, también porque eres y seguirás siendo lo que justifica mi palabra. […]
Pero no es eso solamente, la palabra. También quería estar mudo contigo.
De Paul Celan a Ingeborg Bachmann, carta del 31
de octubre de 1957.
En
Egipto
((para
Ingeborg))
Tú
debes decir al ojo de la extranjera: ¡Sé el agua!
Tú debes, a ésas que sabes en el agua, buscarlas en el ojo
/de la
extranjera.
Tú
debes llamarlas del agua: ¡Ruth! ¡Noemí! ¡Miriam!
Tú debes adornarlas, si tú yaces con la extranjera.
Tú debes adornarlas con los cabellos en nube de la /extranjera.
Tú debes decir a Ruth a Miriam y Noemí:
Vean, ¡yo duermo con ella!
Tú debes a la extranjera junto a ti ornar del modo más /bello.
Tú debes ornarla con el dolor por Ruth, por Miriam y /Noemi.
Tú debes decir a la extranjera:
Ve, ¡yo dormí con éstas!
(c) Carlos Enrique Cartolano, Recuerdos del Olvido, 2021
Ilustración: Die Geträumten (c)
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