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3 de abril de 2010

Viernes Santo




El café

Era un recreo, una pausa en la cual uno se relaja y disfruta vivir. Hincha los pulmones de un solo tirón, trata de pensar en algo reconfortante. Notó que el jadeo cesaba y su corazón se acomodaba sobre una almohada; sintió sueño.

Pero no podía dormir. Atrás de su cabeza, el tipo sin rostro se quitó los guantes con estruendos de goma. Habrán quedado a la vista sus manos suaves y cuidadas. Después, mientras agitaba la cucharita en el café que acababa de alcanzarle el tipo que estaría parado con los brazos en jarra, dijo:

-  Mirá… Yo también necesito un descanso. A ver si averiguo cómo hacer para que me tengas confianza. ¿No podemos ser amigos, ché? Digo… Así te vas…

El no contestó. Se quedó escuchando el sonido de los sorbos y tragos para calcular el tiempo de paz que le quedaba. El tipo sentado detrás casi gritó:

- Ahora contame quiénes estaban en la reunión del viernes pasado … ¿No sabés o creés que podés decírmelo cuando quieras?  Su tono volvía a ser enérgico.

Había terminado su café y seguro habría vuelto a calzarse los guantes. Él sintió cómo se le clavaba el agijón en los testículos y cómo su cuerpo sujeto de tobillos y muñecas se alzaba incontrolable, temblando, a por lo menos treinta centímetros por encima de la camilla.

Detrás de la venda era posible imaginárselo todo en la cuarta sesión de tortura.

(c) Carlos Enrique Cartolano. Hormiguitas operarias, 2011.