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31 de marzo de 2019

Todo recomienza ...




  Todo recomienza, en verdad. Aunque mi observador mire o parezca diferente, y el sentido se confunda frente al espejo.  La memoria, a la vez que documenta, imagina distintas variables de un mismo acontecimiento, reprochando opciones del pasado, y consecuencias que todavía llavean los cerrojos.
  Como si acaso fuera posible echar atrás los días y las noches, mantener la piel lozana, volver a librar cada batalla que el otro propuso, estirar por fin los placeres del amor, remontar artificios con un simple, ingenuo cambio de palabras.
  Todo recomienza, y a mi vera circulan gemelos que dudan del tiempo y las edades. Cada copia lleva nombres perdidos en la multitud; ellos se disponen en la tribuna que soy. Entonces digo-rujo una suma de voces.

Terapias de la espera. Lunes 22 de enero


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: La estrella de Panamá (c)

Puede resultar ácido...



  Puede resultar ácido este domingo, cuando me chocan ejércitos del escamoteo.  Al entrar al ambiente más pequeño sin encender la luz, las sombras materializan un cuerpo de conjunto;  piso en él y perforo la oscuridad. Es pírrico el reinado tras estas nuevas Heraclea, Ásculo, Cataláunicas, con un Leviatán entre los pies mientras la cabeza arde y duele la herida. No alcanza el reclamo; mi alarido es breve, corre entre nudos.
  Después hay una puerta de agua y sueño; he aprendido a despertar con la esperanza entre dientes. Y al prender la luz, es sólo del tiempo mi derroche. Todo, aunque repita, sucede por primera vez.

Fieras que dibujan las penumbras: domingo caluroso


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Cultura Colectiva (c)

Cuando el éxodo...




  Cuando el éxodo de las siete devuelve la arena al desierto, el viento sopla todavía y en el balcón la ropa seca copia marejadas domésticas, dispersa color, cede al feriado. Son más quienes llegan y otra vez el estacionamiento se satura.
  Soy el propietario de este momento, no lo renuncio; cada milímetro de mi piel recibe glorias del verano. Con artificios propios y ajenos me celebro; mi viajero transita profundidades, la belleza me asiste prendida a la mirada.
  Desde un sexto piso visto al mundo y desnudo mi poema. 

Cae el sol del 20 de enero; brisa en soledad


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Punto Noticias (c)

Escucho voces...




  Escucho voces; me alcanzan desde el vino y las miradas. En el consciente aterrizan como en aeropuerto de apetitos, traman texturas de mi antigüedad: su orografía y el único río con delta a la palabra.
  Cuando el idioma se comparte y objetiva, la síntesis bendice. Por parto natural nace el poema. Al despertar lo patrocino.

Después del recital, el cansancio es borravino


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Misha Gordin (c)

La mano se contempla ...




  La mano se contempla, observa lo maleable, asume mutaciones de palma y nudillos, vuelve a deslizar sondas por las terminales nerviosas. Ve más allá de cuanto toma y prende; recorre lo prensil de su historia, tanto como hollaron dactilares. Extrema se mira aunque no ve, se llama con el nombre del rey de mente-corazón, pero su esencia está en lo innominado. La mano siente y se agita, grita y solloza, pero no es ella la sensible, sólo representa. Sube al poema, se echa en él como un sudario, se sabe la sobreviviente pero olvida rápido los nidos de ayer, las palabras que encendió, tanto que alcanzó a la boca y los oídos. Dueña del pulso, siempre late para después.
  Es mi aprendiz de brujo, colma la mesa con bollos de papel, algunos son del viento y otros pichones de un idioma perdido. Algo mueve la mano, la verdad planea al cesar su vuelo y se sostiene entre mis dedos, se vuelve flexible, liviana, espuma de lenguas. Extrema se contempla en la escritura -un espejo con nubes-, y vuelve a arrepentirse. Después la voz del mago manda y lee; es de pájaros la mañana.

19 de enero y Paul Éluard, según Raúl Gustavo Aguirre:
“… lo que fue comprendido no existe ya,/ el pájaro se confundió con el viento,/
el cielo con su verdad,/ el hombre con su realidad”.


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Mariano De Blas (c)

No hay botón que deba pender...




  No hay botón que deba pender inútil; en la historia siempre está el ojal dispuesto. Se sepa o no, sobresalga o no este abotonado, del silencio o la distancia. Y de cuanto es sabido, se imponga o no la comprensión. En cabeza o en corazón, aun en ambos –unos esponsales siempre difíciles, una cuestión crítica al menos…-.
  La mujer está encinta y se le nota. Ha quedado expuesta a la peor opinión, en medio de un escándalo con jugadores de fútbol que convocaron a varias mujeres a “una previa” con abundante alcohol.
  El cronista le ha preguntado a la víctima denunciante de malos tratos a manos de personajes públicos, qué le pasa en la cabeza cuando en los medios se la presenta como prostituta con precio acordado, bailarina, víctima de violación, abuso sexual y amenazas con arma blanca. Cuestiones que ella no denunció porque no han sucedido.
  No la cabeza, es el corazón que se me ha roto, ella contesta. Porque no sabe qué explicar a sus dos hijos escolarizados, con quienes duerme todas las noches, y ellos se enterarán por fin de eso que la televisión dijo de su mamá…

(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Hugo Simberg (c)


Duele al ponerme de pie ...




    Duele al ponerme de pie. Será por transcurrir setenta y un años a los saltos, dice Giuliodibari Sergio, poeta merodeador de fondos oceánicos y abismos invertidos, cimas hasta donde el oxígeno alcance. Y por cierto nos convoca un mismo apeadero: allí los corceles patean inquietos, prueban alcance en longitudes y aliento. Mi caballo de naipe y su caballo de ajedrez invierten colores; uno negro, otro blanco, tal como funden las casillas del tablero. De espada el suyo, de copa el mío, distan filo y trago lo que vida y muerte.
  Acaso resten caballerizas sin amanecer, se extreme la noche tras mis párpados,  no consiga enroscar nuevas lágrimas para adelantar el orden de saltos, tal como René Char supuso que nuestros días encadenaban de uno y otro lado de esta historia. O como Georges Perec, al agotar olvidos subvierta el yo, y salto tras salto borre fronteras por entrever roca en la respuesta.
  Duele al ponerme de pie. Cifro mi angustia antes en el conocimiento imperfecto sin remedio, que en mi ignorancia del vacío. El espíritu sigue a salvo de la artrosis.

Amanecer del 15 de enero de 2018,
cuando reparo en este poema que dedicó Sergio


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Ajedrez 32 (c)

26 de marzo de 2019

Es un manifiesto




  Es un manifiesto esta resistencia; algo se niega a dibujar siluetas sobre el fondo. Compruebo que no hay buzos en emergencia, al menos por hoy. Y recurro a la antigua alianza del poeta con cinturas felinas y labios entreabiertos que estimulan la imaginación. ¿Quién puede distinguir realidad del corpus transcurrido, fluir de existencias? Sólo yo, aunque admito error y mutaciones, desgobierno al menos. ¿Cuánto hace que no me siento a contemplarle superpuestos al horizonte? ¿Cuánto que no grito desde ahogos mi delirio? ¿Tanto costará encontrarle un plano a la distancia? Estoy mudo, ciego y sordo bajo frondas de una infamia. El aire angosta, la marea sabe insípido. No hay mayor amargura que la de aquellas últimas palabras del maestro.
  Pasea su figura obesa por el jardín, dice. El poeta mayor. Al menos puede predicarle prodigios a la tierra. En cambio yo, también con grosor inesperable, me arrastro por 35 metros cuadrados de un sexto piso entre cristales de comunión incompleta y ladrillos inútiles para conjurar la polución. En treinta años más no estaré aquí; será cuando el océano cubra buena parte de la ciudad, y en la estructura que habito el agua llegue al menos hasta la planta tercera. Del primer nacimiento habrán transcurrido entonces –será verdad esta vez- más de cien años, y ya nadie recordará a mi padre cuya edad transfiguro en mí como prueba de efectiva herencia.
Un día después, pero aún antes del desguace


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Perfil (c)

Alumbra la desmemoria




  Alumbra la desmemoria dice en su poema transoceánico mi amigo Miguel Veyrat. Pregunto: acaso hay algo aquí por rescatar, cuando la noche se prolonga . Será mañana, dijiste. Cuando un año más tiemble tras tus párpados y deslumbre la memoria. Tras la estadística, por cada instante hay una cuenta diferente, y ya todo ha sucedido. Estar en mí consiste en contemplar fugas del tiempo en una tubería maltrecha.
  Inútilmente se empeña el ojo en colorear imaginando el muro, las sábanas, un insecto en sobrevuelo, reflejos ocultos todavía, la distancia que nos separa del agua y sus hervores. Cuánta razón asiste a Houellebecq.

Vísperas de mis 71
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Fotografìa perfecta (c)

De noche es filo ....




  De noche es filo de agua, un borde el mar, al cuerpo un desafío, pura intemperie la sonrisa del planeta. Ante él, uno y no visible, solo y anciano tras la gloria. Por qué permanecer afuera si he de morir, por qué pregunto, no dar voces al vacío mientras la piel torna a su humedad. El eco es posible, dicen. Y al fin convengo mi regreso al abrazar el agua.
  De noche el mar es ciego a temores y festejos; se está solo en él, y antiguo, único testigo de esta gloria.

Camino escasos trescientos metros y entro en él


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Video Hive (c)

Llegan los gurjas




¡llegan los gurjas!

  La leyenda les atribuye lealtad, dulzura y aprecio por las tradiciones populares. Cuenta que, hacia el siglo VIII, el joven príncipe Bappa Raval, integrando una partida de caza en selvas de Rayastán, se topó con el asceta Guru Grokhanath a quien se atribuían poderes mágicos por la práctica del yoga. El santón se encontraba en profundo trance, y el cazador decidió permanecer junto a aquél para protegerlo por todo el tiempo que durase la inmersión espiritual. Al volver en sí, el gurú se conmovió por la devoción del visitante y le ofrendó la daga típica, o kukri, comunicándole que a partir de entonces, los hombres del príncipe serían conocidos en el mundo entero por su bravura, con el nombre de gurjas, o discípulos de Gorjanath.
  ¿Qué vínculo existe entre esta tradición de la realeza india, y aquellos jóvenes demasiado jóvenes, ateridos de frío, mal pertrechados y escasamente alimentados, que en 1982 no podían responder militarmente e intentaban escapar de la infantería británica? Nada es gratis en la historia del imperio, y todo apunta en él a continuar aplastando pueblos con un poder ominoso, apuntado a mantener a toda costa la ventaja económica. No alcanza la leyenda entonces, y de lealtad y dulzura nada queda.
  En el siglo VIII tampoco había misiones o protagonismos gratuitos, y el místico impartió a los gurjas la misión de detener el avance de los invasores musulmanes que amenazaban el entonces reino budista e hinduista de Afganistán –área siempre problemática, entonces conocida como Qandahär-.
  Durante los siglos siguientes y hasta comenzado el XVIII, los descendientes del príncipe Bappa Raval, conquistaron mayor territorio, y finalmente dominaron Nepal, se instalaron en Katmandú, establecieron el hinduismo como religión oficial del estado y dieron su idioma a los pueblos sojuzgados. En 1814, al intentar ampliar los nepaleses su territorio hacia el sur, chocaron contra los intereses de la Compañía Británica de las Indias, en pleno proceso colonial.
  Entonces, cuando en nuestro país se discutía el nombramiento de representantes para la celebración de un Congreso que decretara la independencia, al norte de la India estalló la guerra Anglo-Gurja. Sus hostilidades culminaron con la firma de un tratado de paz, aunque reconociendo la “utilidad” de estos guerreros para servir a los intereses coloniales británicos.
  Los gurjas sirvieron en muchas campañas bélicas inglesas, entre 1817 y 1857, hasta convertirse en parte del ejército indio británico, y conocidos como el segundo regimiento de fusileros gurjas o Fusileros de Simoor. En la Primera Gran Guerra participaron en Mesopotania y Gallipoli, y en la Segunda Guerra Mundial se los sumó a la campaña Birmana. Entonces desempeñaron un papel de gran importancia en la ocupación y defensa de Meiktiea y en las batallas de Kohima/Imphal en la India. Se distinguieron como avanzadas y exploradores de los famosos “Chindits”, del General Orde Wingat, y se adentraron en la Birmania ocupada por los japoneses, explorando profusamente la selva y tras las líneas enemigas. Más tarde, hicieron los mismo junto a los Rangers americanos, conocidos como “Merrill Marauders” o merodeadores del General Merrill.
  En su libro “Derrota a la Victoria” del General William Slim, quien comandara el ejército británico en Birmania, se cuenta la siguiente anécdota:
  “Una patrulla gurja regresando de sus incursiones, traía en una cesta las cabezas de tres japoneses, las que arrojaron sobre una mesa frente a mí, contando los pormenores de la acción. Y luego invitaron a comer de sus pescados, que se encontraban en la misma cesta de donde habían extraído las tres cabezas”.
  El equipamiento bélico de los gurjas coloniales estaba compuesto por las armas reglamentarias, más el kukri, arma nacional nepalí. El inconfundible cuchillo tiene diversos tamaños, pero en común su hoja es curva. Dicho acero comienza en el mango con una forma redonda y estrecha, y luego se ensancha en forma plana hasta terminar en una punta afilada.
  En espacios reducidos, el kukri se maneja mejor que una bayoneta; sus heridas son más importantes que las de cualquier otra arma blanca. Con ella, los gurjas ganaron la fama de ser mortales en la lucha cuerpo a cuerpo, porque es legendaria su técnica para cortar una cabeza humana limpiamente. Esta habilidad es consecuencia de un adiestramiento que comienza en la infancia de cada guerrero gurja. Aunque se trata de un arma eficaz, el efecto psicológico del kukri en el combate ha sido enorme, y muchos enemigos han preferido huir, antes de enfrentarse al cuchillo gurja.
  Algo así dicen ahora que sucedió en Malvinas. Las confidencias gurjas tienen que ver además con un trato injusto en el seno de las fuerzas armadas británicas.

Las tropas argentinas se rindieron “anticipadamente” en la Guerra de Malvinas porque les “temían” a los gurjas, antes que por deficiencias estratégicas o armamentistas, como sostienen las teorías más difundidas. La curiosa e insólita versión sobre el desenlace del conflicto del Atlántico Sur fue explicada por un grupo de miembros de este afamado batallón de origen nepalés que integró la fuerza de tareas enviada por Gran Bretaña en el conflicto armado de 1982, y que organizó recientemente una protesta frente al Parlamento en demanda de un “trato igualitario” con los militares retirados británicos (…)
El orgullo y la arrogancia de sus memorias contrastan claramente con su realidad: ninguno de los que se jubilaron antes de la devolución de Hong Kong de Gran Bretaña a China en 1997, percibe haberes similares a sus ex compañeros británicos que lucharon en Malvinas o en guerras
anteriores a ese año. “No sólo cobramos la cuarta parte del sueldo de un británico, sino que no nos quieren dar la visa para que podamos vivir hasta el día de nuestra muerte en el país por el que peleamos”.
Medio centenar de gurjas colocaron las medallas que algunos de ellos habían recibido por su participación en Malvinas, Afganistán y Kosovo en una caja, para que les fueran “devueltas” al primer ministro Gordon Brown en manos de Nick Clegg, líder del Partido Demócrata
Liberal y principal organizador de la marcha. Mediante un altavoz, uno de ellos manifestó su “tristeza y preocupación” por tener que retornar
las condecoraciones, aunque confió en que este acto “le sirviera” de llamado de atención al primer ministro británico.

Entrevista a Braham Chantra Gru y otros. La Nación, 17 de marzo de 2008

20 de marzo de 2019

Este que soy cada mañana...




  Esto que soy cada mañana: un arte callado me desafía. Respondo reacomodando el orden diferente a previos, a sabiendas de que mañana se me impondrán otra vez reajustes, la ilustración, un lugar para palabras que cuelguen al cierre de cada texto, el tiempo de estrenos y sorpresa. No se trata de reciclar –ese término que supe utilizar y tanto sorprendió a los españoles-, sino de restaurar haciendo honores a mi naturaleza. Se sabe que al darle vueltas a mis páginas del libro de arena, sólo se obtienen recuerdos –mutantes al infinito- y presunciones falsas casi siempre. Hay que poner de pie a la verdad, ella es bien y es belleza.
  Plumero, soplidos, ajuste de tuercas, ver un sentido oculto en cada cosa. Este día otra ventana al jardín de interiores. Visitantes, y hierba hollada a resucitar. Diferente brilla el sol: salto por salto funda planos y celdas.

Acaso tarea misional sea la imaginaria del día en intimidad


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Guía Viajesa (c)

La primera retrospectiva ...



  La primera retrospectiva reúne fragmentos olvidados, esos del borde crítico, difíciles para el encastre. Entonces era el cuerpo que avisaba y fluían letras en la piel, collares o cintillos de fuego. Después, los nombres repusieron reinados al idioma y hubo marchas del acento, un memorial de corsarios, y filos de guillotina para monarcas. Las palabras se asomaban a derecha e izquierda por los hombros, había pálpitos de vientre y mentón, fiebre en cuello, pubis de brasa. Por fin, mi pecho prestidigitó roces de lámpara y la boca partió a la conquista, sujeta su lengua entre labios. Ella libertaria, portentosa en el descubrimiento.
  Y todo sucedió porque mi ojo derecho acordó con su izquierdo para espectar río abajo cobrando piezas de caza hasta la noche. Estas mismas que hoy velo tras candar el coto.
Cinco años después cambiaron las cerraduras,
suenan quejidos diferentes en las puertas, otras bocas arman sudestes

(c) Carlos Enrique Cartolan. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Lyubomir Sergeev (c)

La palabra ocurre...





  La palabra ocurre en mí entre disparos de Weissenegger-Alfred-Georg. Imágenes punto a punto distan más de doce mil kilómetros, o quince horas de aéreo. Pero la única sesión enhebra pariciones de forma en simultáneo.  Ahora amanece balbuciente su lectura. Recorro el álbum fotográfico y me sorprenden tacto en la mirada/ materiales, superficies, brillos y fondos. Modelos son; concelebran arte. Las letras agotan el propio espejo rectangular que torna a comprobarme esta mañana. Ellas son las de numerosas piernas/ brazos, el múltiple pezón y bocas abrochadas en extremos. Persiste mi perplejidad.
  Sucede de mañana. Enero desviste la serie de imágenes y el número cercano en la arena asegura encuentros. Un ojo europeo y otro sudamericano, aunque brota el mismo guiño. 

Alfred Georg Weissenegger (Austria, 1950), fotografía la piel.
Y mientras yo escribo, él edita

El imperio en casa -1953-




el imperio en casa, 1953

  Carl Schmitt dijo que “la supervivencia de una sociedad depende de su capacidad para identificar correctamente a su enemigo”. Entre otras cosas, pensando en que la calidad de “enemigo” depende del juzgador, y este representante del realismo político militó en el nacional socialismo, ejerciendo diversos cargos durante el régimen nazi. Pero viene muy bien a propósito de lo que intento demostrar.
  En mi infancia de los cinco a ocho años, el medio social dictaba la forzosa enemistad con los derrotados en la segunda gran guerra, y con una gran fracción del propio país: quienes adhirieran al credo justicialista. Y en mi familia, los vientos soplaban según esa misma estrella política. Lo más grande, desde que Roca lo dijera, era el imperio inglés, y después el estadounidense –que ya para entonces también pintaba como “atropellador” de soberanías nacionales-, aunque en este último caso primara la influencia cinematográfica.
  Para más, nací yo en la ciudad que está a la vera de la base naval militar más importante del país, nido de las despiadadas violaciones a la democracia de junio y setiembre de 1955, y cenáculo del que salieran los torturadores y apropiadores de la dictadura militar. De manera que en 1952, yo miraba con suma atención los libros de uno de mis abuelos –escribano-, que atesoraba las obras de Winston Churchill sobre la Segunda Guerra, en un lugar de privilegio de su despacho. Y en 1953, cuando comencé la escuela, mi hermana –seis años mayor que yo- preparaba la coronación en paralelo de la nueva reina británica –Isabel Segunda-, utilizando un trono y una corona, pintados con una mezcla de extracto de banana y polvo de oro, vestuario a medida hecho por ella, y por supuesto también los intérpretes. Estos últimos eran la muñeca “pielángeli” –Isabel-, el muñeco “simeón” –Felipe- y alguna otra muñeca –reina madre-, o muñeco –arzobispo de Canterbury-. El trono y la corona los había elaborado mi otro abuelo –“oveja negra” de la familia por ser entonces cercano a los ideales peronistas-, y a quien juzgo hoy como esclarecido.
  Entonces, ese 31 de mayo de 1953 en mi casa. se compensó la falta de televisión para esas latitudes, con la imaginación y la radio. Fue sin duda una ceremonia brillante la de esos muñecos de goma o porcelana, anticipatorios de las barbies, creadas por los estadounidenses seis años después. No recuerdo muy bien cuáles eran mis impresiones, pero está claro que a los seis años yo prestaba suma atención a las apariencias y resultaba ingenuo en cuanto al resto; seguramente me habré mantenido aferrado al “alfa romeo” rojo de Fangio campeón del 51, que funcionaba a cuerda.
  Después cayeron los años para bien y para mal. El cincuenta y cinco, los tiempos de proscripción, los gobiernos militares, mi formación en el conocimiento del enemigo. En este país basta con leer historia –sea de la tendencia que fuera quien la escriba- para advertir el protagonismo inglés desde años muy remotos, a poco de establecido el Virreinato del Río de la Plata. Hubo dos invasiones inglesas declaradas, pero yo he llegado a contabilizar no menos de una docena, desde entonces y hasta nuestros días.
  Destaca el cruel ensañamiento con nuestro pueblo y su destino, pensando en el apoyo de la flota británica a los salteadores de poder en setiembre del 55, así como en los contrabandos de armas en el 74, destinados a favorecer la recíproca eliminación de “los dos demonios¨. Y sin olvidar, por supuesto, el mantenimiento del reducto colonial en Malvinas con apropiación de sus recursos naturales, de propiedad argentina. Deben recordarse también las periódicas visitas del príncipe consorte, siempre en vísperas de asonadas o movimientos militares que apoyaran la progresiva reconquista británica. Reconquista sí, de la que alguien llamó alguna vez “la colonia olvidada”.

“La diplomacia británica es el resorte oculto de nuestra historia (…) hace de nuestra ignorancia el pedestal de su poder”. Y también: “Gran Bretaña renuncia a la conquista militar del Río de la Plata, pero no a la conquista comercial; no le interesa cuál sea el gobierno de estas tierras, siempre que respete la hegemonía comercial inglesa. Se involucra en conflictos internos sólo cuando están en peligro sus intereses”
Raúl Scalabrini Ortiz
Winston Churchill, aquel a quien algunos juzgaron como “el mayor estadista que nos dio Occidente” dijo:
“No dejen que Argentina se convierta en potencia. Arrastrará tras de sí a toda América Latina” (Yalta, 1945). Y también “La caída del tirano Perón en Argentina es la mejor reparación al orgullo del Imperio y tiene para mí tanta importancia como la victoria de la segunda guerra mundial, y las fuerzas del Imperio Inglés no le darán tregua, ni cuartel, ni descanso en vida, ni tampoco después de muerto”
(Cámara de los Comunes, 1955).
"Sabíamos lo que teníamos que hacer, fuimos y lo hicimos. Gran Bretaña es grande otra vez" Margaret Thatcher, 1982



12 de marzo de 2019

déjenme en la distancia...




 Déjenme en la distancia, en los anales. En desórbitas de Alejandro y su mirada pompeyana, profetisa del triunfo. Allí donde me impongo imagen: la del recuerdo enamorado.  Concédanme la bruma, olviden la borrasca, denme habitación sobre el encalmado, sin vista al piélago. Recuérdenme en esdrújulas, verso libre, lengua doméstica, capitel de acantos.
  Porque sólo quien memora escribe y el lugar vacío es musa promiscua. Que viva en brisas de cuanto vuelve a suceder o aún dilate huellas en la arena. Concédanme el silencio, un sello, perder la llave, la vuelta de hoja, desovar la página, volver a la mayúscula, darle nombre al año y creerlo última oportunidad.

Cuando el año comienza a llamarse, él me nombra
4 de enero de 2018
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras Imaginarias, 2018

Ilustración: Gala y Dalí

En torno a la corona II





en torno a la corona II

  Es extemporánea la nobleza. El vasallaje a nobles es en este tiempo, al menos extraña.  Y toda servidumbre, por supuesto, es siempre bochornosa. Creo que por eso resulta atrayente e ilustra la serie inglesa The Crown, lanzada en 2016, que ya lleva rodadas dos temporadas.  Su autor, Peter Morgan, ha puesto foco en los personajes principales de corte y gobierno, además claro de los centrales: Isabel Segunda y Felipe Duque de Edimburgo. Se los ve como personas comunes encadenadas a las exigencias del protocolo, y no siempre bien asistidas por políticos avejentados, débiles, o en el peor de los casos, enfermos.
  Además, nunca mejor oportunidad para profundizar el conocimiento del enemigo. Así, repetía Raúl Scalabrini Ortiz –y Perón valoraba su consejo-, nos mantendremos mínimamente protegidos, en un país que ha recibido ya más de una docena de invasiones inglesas.
  Son interesantes los retratos que elaboró The Crown, de los tres Primeros Ministros que formaron gobierno en los diez años inaugurales del reinado de Isabel II. De los tres, el más conocido es Winston Churchill, que gobernó bajo los laureles del triunfo aliado en la segunda gran guerra. Personaje a propósito del cual caben todas las ironías. Su poder se fundó en la oratoria y ejerció marcado verticalismo sobre sus correligionarios conservadores durante dos períodos de gobierno. Pero a este Sir Winston, ni por poesía ni por prosa,  sí por supuestas sangre, sudor y lágrimas, se le adjudicó uno de los más inexplicables y escandalosos nobel de literatura. E hizo públicos sus merecimientos (o mejor dicho inexistentes créditos), cuando irónicamente sugirió que se le otorgaba el premio por su protagonismo en el triunfo aliado. Actitud que en suma quiso significar: no soy tonto… sé que no lo merezco y que me premian por otra cosa. Y no podía ser el Nobel de la paz, por cierto, ya que había ordenado ejercer la ley del talión con los bombardeos en Berlín que cobraron cuantiosas víctimas civiles, precio quizás para solventar tantos británicos muertos por la aviación y las V2 alemanas. De manera que fue el Nobel de Literatura.
  ¿Reconocía en su aceptación el sire Winston que para ser escritor le faltaban kilates? ¿O se valoraba entonces el relato y crónica históricos como literatura? Reconocimiento, este último, que aún hoy se encuentra “verde”.
  En las escenas finales del último capítulo de The Crown dedicado a Winston Churchill, Peter Morgan nos presenta al Primer Ministro renunciante que prende fuego al retrato con que la Cámara de los Lores lo ha agasajado al fin de su mandato. En él se ve tan viejo y caduco como en realidad está. El sire no lo admite, ya que siempre pretendió atribuir para sí la lozanía e impertérrita belleza que se admira en la corona británica. Un maestro de enmascarados, con tantas caretas como le fueron necesarias. Un hipócrita como pocos.

Un poema escrito por el ex primer ministro británico y Nobel de Literatura Winston Churchill, el único que le ha sido atribuido en edad adulta, no encontró comprador en una subasta celebrada en Londres. El poema encontrado por casualidad y hasta hace poco inédito, había sido estimado por la casa Bonhams en 23.000 dólares. La pieza, titulada “Our Modern Watchwords” y de 40 versos, fue escrita por Churchill cuando era un joven oficial del cuarto Regimiento de Húsares
británico y tenía unos veinticinco años de edad, antes de 1901, según Bonhams. Se trata de un tributo al Imperio Británico, en el que el autor lista algunos de los frentes extranjeros en los que su ejército trataba de avanzar en aquel momento, entre ellos ciudades de China, Japón y Nigeria (…). El poema subastado hoy es el único escrito lírico conocido de Churchill, primer ministro conservador desde 1940 a 1945, y de 1951 a 1955, a excepción de “The Influenza”, que compuso cuando tenía
quince años y con el que ganó un concurso escolar. Roy Davis, un coleccionista de manuscritos de Haseley, en Oxfordshire, fue quien descubrió este poema, cuya calidad literaria, según reconoció, no está al nivel de la famosa oratoria de quien fue primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial. La excelencia de sus discursos, así como su “dominio de la descripción histórica y biográfica”,
le valió a Winston Churchill en 1953 el Premio Nobel de Literatura de la Academia Sueca.
Fuente:http://emol.com -10.04.2013-



(c) Carlos Enrique Cartolano. Recuerdos del olvido, 2018

Ilustración: Sir Winston Churchill ...

fog



fog

  Winston Churchill supo oportuna esa niebla que le permitía caminar por las calles de Londres sin ser advertido. Intentaba alcanzar el hospital donde una de sus principales colaboradoras había sido llevada luego de que –por causa del fenómeno- fuese embestida por un bus. Al mismo tiempo huía de los requerimientos, tanto de la corona como de su partido, que intentaban persuadirlo de adoptar medidas en defensa de la población frente al flagelo.
  A la vez, el Primer Ministro supo de la muerte de su colaboradora y de la condición  asesina de la niebla, convocando a una conferencia de prensa que lo puso en el centro de la escena, como verdadero salvador, y  le permitió sumar aun mayor rédito político.
  El fenómeno desapareció en el mismo momento en que asistía a comunicar a Isabel II las medidas adoptadas. Artes de magia, verdaderamente.

En el invierno de 1952 las temperaturas frías descendieron más
de lo esperado para los londinenses. El 4 de diciembre pudo observarse una densa niebla, un fenómeno común allí. Pero sin embargo, esta niebla no era igual a la habitual. Fue tan densa ese día y hasta el 9 de diciembre, que las escuelas suspendieron clases, los conciertos
y espectáculos se cancelaron y el tráfico de autos se hizo imposible
por la reducción de visibilidad en toda la ciudad. Se trataba de una de las catástrofes que han pasado a la historia como referente de las
consecuencias de la polución del aire por la combustión del carbón en fábricas y en casas, común en ese entonces como calefacción para abatir las bajas temperaturas.
La gran niebla cobró la vida de al menos cuatro mil personas, a las que en meses posteriores siguieron ocho mil más.
Luego de la catástrofe, el Gobierno tomó alerta de la situación, y ya para 1956 el Parlamento Británico aprobó a Ley del Aire Limpio.
Londres, 4 al 9 de diciembre de 1952


(c) Carlos Enrique Cartolano. Recuerdos del Olvido, 2018

Ilustración: Niebla del 52

La bandera ...




la bandera

  Alyosha mantuvo oculta la bandera mientras esperaba el momento oportuno. El combate en el Reichstag era nocturno y el enemigo se multiplicó prodigiosamente en cada recodo de la escalera, en cada balcón; por eso, el ascenso duró lo que la oscuridad. Inexplicablemente los defensores alemanes parecían ser paridos por el útero de una noche interminable. Muchos cayeron ese día, pero la división 150 del ejército soviético resultaba numerosa, y su triunfo era cuestión de horas.  Por si quedaba alguna duda del desenlace inminente, pocas horas antes Adolph Hitler y Eva Braun, habían ingerido Cianuro Potásico, rematándose el Führer con su pistola Walter, y ambos yacían exánimes en el bunker.
  El soldado desplegó la bandera cuando las tenues luces anunciaron el dos de mayo. Tambaleó al pisar la base de la cúpula. Entonces fue cuando Abdulkhakim lo tomó de ambos tobillos con esa fuerza en la que pocos superan a los daguestanos. El camarada aseguró así la utilización del mástil nazi para que por fin ondearan la hoz y el martillo comunistas sobre Berlín.
   La bandera roja fue símbolo de la victoria sobre la Alemania nazi; se la conoció como “la bandera de la victoria”. Fue la misma enseña que mostraron los movimientos revolucionarios de América, Asia y Europa hasta expirar el siglo; esa tan vilipendiada, y a la que peyorativamente se llamó “trapo rojo”.

“Alzando una bandera sobre el Reichstag” es el nombre de una histórica fotografía tomada el 2 de mayo de 1945 por el fotógrafo Yeygueni Khaldei en Berlín. Como significaba la toma de uno de los edificios nazis más emblemáticos, la imagen fue extremadamente popular, siendo
reimpresa en cientos de publicaciones con fines propagandísticos, y considerada en todo el mundo como el símbolo del fin de la Alemania nazi. Tras el revelado, en Moscú, los soviéticos se dieron cuenta de que el soldado auxiliar llevaba varios relojes en sus muñecas, prueba del saqueo de los soldados soviéticos. Los relojes fueron
eliminados en el cuarto oscuro manipulándose la imagen mediante retoques. Del mismo modo, se añadió humo en el fondo para otorgar mayor dramatismo a la imagen. El fotógrafo Khaldei,
al quien llamaban “el Robert Capa soviético” no tuvo tanta suerte como la imagen. Sólo fue reconocido a la caída del Soviet, después de que se lo despidiera de la agencia oficial Tass; sostuvo hasta su muerte que tal discriminación obedeció a su origen judío.
30 de abril al 2 de mayo de 1945 en Berlín, Alemania


(c) Carlos Enrique Cartolano. Recuerdos del olvido, 2018

Ilustración: ¿Bandera de la victoria?

Orillando bordes...



  Orillando bordes del gran propósito para este día, varios músculos se entretienen en tareas vanas.  Los pertenecientes a brazos y pectorales son los más activos, aunque siempre cuentan con los incansables de piernas, cuello y cabeza, que sirven al traslado de potestades y recolección de frutos. Muy poco evolucionó mi gran nación cerril y pampeana; hoy me revelo otra vez como cazador recolector, y pospongo glorias de un sucesión testimonial.
  Colman el cubículo planes trazados en papel, brújulas sobre el disco duro, borradores, los propósitos de lectura. Dos libros palpitan esperando ser alimentados. Ayes y suspiros suenan a invitación; me siento impotente.

En viernes: los propósitos parciales merecen desconfianza.
Entre letras agotadas y recuerdos del olvido (u “oblivion”)


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras Imaginarias, 2018

Ilustración: Miguel Ángel 

Cuando Jerry...




  Cuando Jerry Uelsmann montó su muestra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, yo había cumplido veinte años y era en buena medida consciente de los dones recibidos.  Ambos supimos entonces cuáles eran los límites de la realidad. Mientras él encadenaba negativos de miradas sucesivas, yo leía a Fijman en Talismán, y deambulaba llevando la antología de poesía surrealista de Aldo Pellegrini bajo el brazo. Críticos tenaces del ojo común, nos supimos demiurgos de cuanto resultó invisible para las mayorías -hablo de multitudes bajo el rigor de Paul Samuelson-. Después, ambos comprobamos vistas aéreas: cuanto pudo ver el genitor primero en vuelo jubilar. La visión era afortunadamente surreal. Supongo que Jerry, con doce años y medio más que yo, habrá alcanzado una definición. Quizás cuanto más predique el horizonte en Querétaro, o la suma impar de pezones henchidos y sonrientes desde cien jóvenes africanas que posan en Lobamba, Suazilandia.

1967: primera muestra fotográfica de Jerry Uelsmann
en Nueva York. 50 años después ambos continuamos jalonando satoris


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Jerry Uelsmann (c)

Será este ...




Será este el momento para estacionar, y es una pregunta aunque no lleve el signo. En medio de la corriente, dije. Cuando la crisis es un amazonas de odio, y no sólo en mi país; del más allá fluye su fuente. Habré de probar si sobrenado, si al cabo de estos años la línea de flotación se mantuvo nítida, recta, de insobornable sequía.
  Me parece imposible mantener quietud de estanque. El miedo salpica. Acabo de desayunar un testimonio, y en él leí que el coraje se alimenta con miedo. Eso, entre otras cosas, para una historia de corrupción y descenso extremos, que quizás hoy venga al caso. Porque en rigor admito haber nacido al destino responsable en plena crisis, que la mutación pervive y se agiganta. Puedo ser su víctima en uso de valentía personal, entonces.
  Desorbito, creo, al contemplar la escoria que se apila en ambas márgenes del río de cenizas. Antes elegía el borde para, aunque más no pudiera, clamar desde él. Ahora es imposible decidir en cuál pararse, estacionar antes de que arda Troya, sus mujeres se repartan como esclavas, el llanto alcance Argos y se deleite otro lecho con Helena.
  He de mantenerme agitado y continuar escribiendo en tanto el meteoro cese.

Persecuciones políticas

(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Salvador Dalí (c)


¿Dónde recalan...?



  Dónde recalan las imágenes de cinco días; esas que hubieran definido en escritura su existencia, de haber estado atento. Existen acaso tuberías por donde transcurran, ellas atraviesan enrejados, cuelan por colectores intermedios, se repatrían, vuelven a la corriente del río interior para emerger más adelante –aunque diferentes-. Preguntas que formulo al genio traductor, ese que suele habitarme y al fin eyacula entre falanges para mayor placer del cristalino.
  Y ahora que lo digo: mi conciencia desposa a la mirada, fluye en creatura, aún antes de que despierte el ejército de hormigas operarias (es otra pregunta). Acabo consignando respetuoso: ¿hay una vista previa que resuelva en voz –nombre o verbo-, como estallido de dianas con cada amanecer? Y fui acercándome lentamente, casi a propósito, a la cuestión más gorda: ¿Acaso escribe el otro antes de que yo arribe al consciente de mi nombre?
  Fueron cinco días para epílogos del año. Al cabo de ellos supe qué dejaría inédito, sin atreverme a tender otro primer verso. Comprendo que hay distintas autopistas para alcanzar conocimiento; diría al cabo de esta humanidad prolongada, que con lectura alcanza y que el follón de originales no es sino un acto de arrogancia. Como si el cuerpo fungiera en papel y tinta, como si en verdad existieran plumas en la espalda, como si no fuesen tierra, fuego, agua y aire los capítulos del hombre: origen, muerte, olvido y sobrevida. Como si hubiese demonios impotentes, o demiurgos que no tendieran zarpas de odio.
  Y otra vez la pregunta se impone a la certeza. El mundo es este océano de respuestas y se existe incompleto. El abrazo es suma imperfecta. Acaso sólo deje una puerta abierta al que me sigue.


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Itzvan Sandorfi (c)

7 de marzo de 2019

Intemperies...




  Intemperies de la conciencia es un oxímoron, sin duda. Las intemperies son para la expresión pública; esto es más cierto hoy que en días anteriores. La conciencia, en cambio, es por lo general íntima; respira bajo techo, en interiores. ¿Qué herida, o suma de ultrajes sellan mi boca con cicatrices? Esto que tironea por fuera impide encender luces del lenguaje; demoro largas horas en verbalizar, muchísimo para lo que miden mis tiempos habituales de escritura.
  Como si tuviera que mojarme los labios, permitirles estirarse y rejuvenecer. Tarea ímproba sin dudas, consciente de los antecedentes que transporto en mi vertical, con creciente curvatura de espaldas. Además mi boca, que es única, parece necesitar ahora su alter ego (como dos ojos, como otros tantos oídos…), porque mientras preparo un texto sobre el desenfado inglés en nuestra historia, no puedo dejar de contemplar qué sucede a la intemperie, y explicarme cuál es el paisaje con que lidio en interiores. Y estoy convencido de que las tres cuestiones son paridas por sólo un almácigo.
  Digo que respiro y me ocupa el mundo; lo que penetra es caos puro, difícilmente ya derive en laberinto, alumbre una salida, menos que menos dos ventanas de escritura. Estoy frente a la bestia, y no veo a nadie que me defienda desde la margen opuesta. La corriente es turbulenta; este es un tiempo de rápidos.
  Por igual me duelen presente y recuerdos… Como si quien me hiere fuera a un tiempo daimon y genitor. Otro artista fuera de mí, que baraja páginas en blanco. Yo mismo con tiempo ausente, sin marco. Sin palabras, pidiéndole refugios al olvido.

Pronunciamiento popular
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Cadena 3 (c)

Hay etimologías ...




  Hay etimologías que sólo resuelve el fuero íntimo. La de conveniente, es una de ellas. Aunque carezca de mayor afecto hacia los británicos –considero que han causado bastante daño a mi país y superan la docena de “invasiones inglesas”-, me parece ventajoso (por tanto, conveniente) alimentar mi costado ficcional con sus filmes policiales, o con las series de detectives e investigadores que ahora ofrecen las distribuidoras de internet. También creo que sólo para mí resultará conveniente aserrar páginas que permanecen sin cortar, en esta edición de Las musas inquietantes de Cristina Peri Rossi, para participar del descubrimiento de San Francisco –USA- al atardecer, luego de que pasara -ahora para mí- el pincel de Michael Andrews.  Y compartir con la poeta el puente en franco vuelo de crisálida. Quiero decir que en mi diccionario etimológico de interiores –todos tenemos uno de ellos-, he leído razones por las que me resultó conveniente compartir la mirada de los plásticos en mi escritura, como ahora demuestra y suma la amiga de don Julio. Y agrego: conveniente será conocer finalmente la ciudad donde la nueva poesía estadounidense viaja en tranvías.
  No hay dinero, no es de ganancias de bolsillo la conveniencia, como rezan ingenuamente los diccionarios, sino siempre de la satisfacción íntima que ocasiona el progreso espiritual. En este tiempo digo que resulta conveniente mantenerse despierto cuando se sueña, calcar bordes al país deseado, para intentar al cabo traducirlo a realidad. En fin, que resulta conveniente ser este al que mi nombre alude, con mis gustos y preferencias artísticas al filo de satisfacción, y cada vez menos aquél de agenda o directorios.

Reviso nuevos tesoros
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Michael Andrews (c)