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27 de noviembre de 2011

Paseo




Aunque sobre plantas de piterectus
La mirada escabulle en interiores.
Perspectivas coloreadas desde el alto
Te recuerdan cajas de cartón pintado:
Fantasmas errantes buscan salida.


(c) Carlos Enrique Cartolano. De Brida -Quintetos de oriente-, 2011

26 de noviembre de 2011

Repliegue




Si del cuerpo se trata es menor
El espacio cada vez. Una estrechez suficiente
Sacia sed material porque hambrunas
No sobreviven ni pasiones ciegas restan.

Este don del cuerpo en el espacio
Que apreciábamos a matar o morir
Se retirará. Han venido pegando
Anuncios a la vera del camino.

Y está bien. La memoria en tanto
Ensancha/ Traga rieles y autopistas:
Los viajes nos llevan cada vez más lejos
La distancia es una llanura sin bordes.


© Carlos Enrique Cartolano. De Brida –Tres poemas en viaje-, 2011

25 de noviembre de 2011

Brillo azaroso




Arrastro textos -aunque leídos- a medias digeridos
Antes del viaje. Y hacia ellos voy
Como destino en la derrota y atento
A sus reclamos. Uno es de Manguel
Y refiere del azar un orden interior
Supérstite en bibliotecas/ Ferias y lecturas:
Lo que otra mano pone -si podemos atribuirlo-
Como la bienvenida en cada blanco
O el velo que descorre una estampida de palabras.

El otro: una carta de Susan Sontag a Borges
Jorge Luis –maestro- diez años después
De su muerte inexplicable en Suiza porque no ha muerto.
Y recuerda la carta al palabrista diciendo
Cada cosa que suceda deberá considerarse un recurso
Como la ceguera en Borges. Que era el tema.
El escritor y el hombre habrán argumentos
Al infinito… Pero –maestro- somos tan torpes:
Nuestra ceguera es interior. Se acabaron
Ciertas chispas. Apenas fuegos fatuos
Esporádicos brillan y avergüenza su pobreza.

El azar puso a Borges junto a su alumna y después
Esposa. Ella heredó tapas de cartón y resúmenes
Bancarios. Afortunadamente no la inmortalidad
Del maestro que continúa escindiéndonos palabras
Y destinos con su báculo (mientras la industria
Editorial compite por el número de páginas
De unas obras completas). Ahora sabemos
Que aquella muerte en Suiza fue un recurso
Aprovechado por el brillo del maestro que aún escribe
Desde muchas-muchas-manos/ En todo papel o pantalla.

Para nuestra fortuna.


© Carlos Enrique Cartolano. De Brida –Tres poemas en viaje-, 2011

Crestas del alma




En la fusión de corrientes
Inversa la confluencia discurre/ Revela/ Esculpe
Pizarras del mañana imaginado.
Mientras -virgen seductora-
La poesía entre los dedos es gerundio y vive
Transcurre también ella/ Graba corazones/ Pizarras
De sangre/ tablas de dolor y deleite.

Entre dos aguas: ella limpia su día
Pura en origen
Reina de claridades
Primera palabra y epitafio: es nuestra Ítaca.
La visión de isla y bruma en derredor
Gobierna el rumbo. Es estela:
Doblega ventiscas del miedo.

En esta confluencia hay glorias y llantos:
Quienes cortan cerrazones a puro filo
Y quienes logran ver.

Alguien sopla en las nubes
Mientras el mar oculta las valvas.


© Carlos Enrique Cartolano. De BridaTres poemas en viaje-, 2011

20 de noviembre de 2011

Para entenderlas, o para que ellas nos entiendan




Que no te pase a ti
por Delfina Acosta

Era caída la tarde. Supe que Mario llegaba porque el portón rechinó. El perro de la casa lo recibió festivamente.

Yo le dije el mimo al que lo tenía acostumbrado, cuando abrí la puerta: “Pero si vas a resfriarte con el fresco de la calle, cariño. Pasa pronto, pronto, y tomaremos un té de chamomilla”. Los hombres son niños. Y somos las mujeres quienes los transformamos en señores.

Ellos se convierten en gente mayor sólo cuando se enamoran y deben aguardar bajo la farola de la cuadra, golpeados por los saltarines insectos de luz, que el reloj de la iglesia dé las ocho, para encarar la noche de luna llena. Es entonces cuando el alma de los murciélagos se apodera de los hombres, y comienzan a merodear - sigilosamente - alrededor de tu casa; finalmente su amor se convierte en aquel golpeteo incesante de la rama del boj contra los vidrios neblinosos de tu ventana.

Si lo sabré yo, que una noche de estío me pasé sin dormir pues el árbol de los agrios extendía sus ramas espinosas, sus alambres con flores, hasta mi ventanal; un sacudón nervioso, como si recibiera un pinchazo en la vena yugular, me llevó a gritar: “¡Vete Rodrigo de mi habitación!”.

Mario entró. Olía a perfume que uno se aplica detrás de los lóbulos para ir a una cita. Una cena, tal vez. Ah... la espada de la fragancia que corta el aire...
Me dijo que estaba bella.

- Tienes un brillo especial en las pupilas. ¿Entonces has leído “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”? - preguntó. Y yo le dije que todavía no, y él me contestó que era común la injusta vacilación de los lectores ante aquellos hermosos versos de astros azules, de viento, de olvido y de amor de Pablo Neruda.

- Mañana, sí. Mañana... - le susurré.

Debo contar que me amaba. Lo adoraba.

Mientras tomaba su té, cantaba por lo bajo una canción de Edith Piaf.
Vestida a lo Greta Garbo yo me observaba en el espejo con marco de plata de la pared y esperaba que el espejo me mirara fijamente para empezar a delinear un grabado artístico sobre mis grandes párpados.

Después de tomar su té, Mario se sentó al piano.

Insistía en el opus 67 de Ludwig van Beethoven en vano.

No conseguía liberar el espíritu del genial compositor perseguido, quizás, por los ratones de aquella vieja caja de cuerdas y macillos forrados con fieltro.

Un último sol de oro, el sol crepuscular, intentaba levantar el ánimo de la tarde, posándose sobre las rosas amarillas de los canteros de mi jardín; el aliento rojizo del astro se entremezclaba con el chorro de agua que salía de las fauces de un hierático león por cuyas melenas trajinaban lagartijas amarillas. Y verdosas.
De golpe, el sol se desplomó.

Había oscurecido.

Mario bajó la tapa del piano. Pero ya no era él.

Había muerto. A lo lejos se escuchaba el triste piar de un pájaro gris con capucha negra.

No recuerdo qué ocurrió luego, sólo sé que semanas después, cuando el viento soplaba con fuerza en las calles y hacía rechinar el portón, yo me encontraba contando las gotas medicinales preparadas por el doctor Vázquez, que revolvía en mi té de tilo, y en mi otro té, una infusión de flor de azahar, milagrosos, al decir de las lenguas, para los nervios destrozados.

El perro se me volvió tristón. No movía la cola como antes, cuando le decía que se veía fortachón, y le pasaba - suavemente - mis manos por su pelaje gris.
Nos mirábamos, y cómo nos comprendíamos.

Era esa melancolía, de cuando se trata inútilmente de matar moscas sobre la mesa, la que consumía mis huesos.

Un día Mario vino a casa.

Caí semi-desvanecida sobre la alfombra.

- ¿Pero cómo has hecho? - le pregunté.

- Ah..., creí que tú lo sabías mejor que yo. Me has invocado, Margarita. No has hecho más que llorar y dejar la marca de tu boca pintada en el espejo de la sala, que era tu manera de besarme y manchar mi camisa. No pude resistir...

Suspiré. Las aves de los árboles se entremezclaban bulliciosamente.

- Se quedaron con la propiedad de San Telmo mis hermanos María y Alberto, de modo que tendré que vivir aquí, por un tiempo. Dormiré en el sofá. Y ahora haré un café especial, bien batido, para los dos - comentó animado.

Me sentí asombrada al escucharlo resolver con tanta simplicidad su muerte y su permanencia en mi casa.

Cada noche, cuando me levantaba para asegurarme de que las barretas cilíndricas de hierro estaban bien corridas, lo encontraba escribiendo con entusiasmo.

¿Qué podría escribir un hombre muerto?

Me figuraba que tendría poco apetito. Sin embargo todas las mañanas se servía un tazón de leche de cabra acompañado con rosquillas untadas con dulce de higos. Como a las nueve y media tomaba dos o tres tazas de café.

Almorzaba en una pieza, que funcionaba como ático. Un almuerzo importante, imperial, que superaba las condiciones de mi sucia y estropeada libreta de almacén: tortillas de arroz con una guarnición de ensalada griega, y encima un café espeso y caliente.

Al principio no me incomodó que dejara los cubiertos sucios en el lavadero, y que la leche hervida se añadiera como costra a la mesa de la cocina.

Pero luego me fastidiaron, me fueron saturando, tantas cáscaras de huevos, tanta sal esparcida sobre la mesa, como si fuera a propósito, tantas semillas de cítricos arrojadas fuera del basurero, que atraían a las cucarachas, las cuales, una vez reventadas por mis zapatillazos, atraían a su vez a las hormigas.

Me hallaba disgustada.

Muchas, tantas cosas no funcionaban bien en nuestra relación. Además había empezado a beber y me trataba con violencia cuando el whisky se le subía a la cabeza.

Mario era el menos interesado en encarar con juicio y sentido común los permanentes requerimientos que le hacía.

- Pero es que ya no puedo. ¿Me entiendes? Me he cansado de lavar los platos sucios. ¡Estoy hasta las narices! - le grité mientras bajaba una tarde de fina llovizna sobre los bulbos de los crisantemos del patio.

El viernes 23, a la noche, al levantarme para asegurarme de que los cerrojos estuviesen corridos, no lo encontré.

Desapareció.

Se hizo humo.

Ya no está más.

Quisiera sentirme en paz, considerar la idea de enamorarme nuevamente y de comprar helados de higos y de frutillas para tomarlos mientras miro la tele.


Pero los hombres, cuando ya no los quieres, siempre vuelven.

Saint John Perse ¡Oh este francés, y los poetas franceses de mi adolescencia!




Lluvias

A Katherine y Francis Biddle

I

El baniano de la lluvia echa sus raíces sobre la Ciudad.
Un polipero apresurado sube a sus bodas de coral en toda esa leche de agua viva,
Y la idea desnuda como un reciario peina en los jardines del pueblo su crin de niña.
Canta, poema, en la vocinglería de las aguas la inminencia del tema:
Canta, poema, en el tropel de las aguas la evasión del tema:
Una alta licencia en el flanco de las Vírgenes proféticas,
Una eclosión de óvulos de oro en la leonada noche de los légamos
Y mi lecho hecho, ¡oh fraude!, a la linde de semejante sueño,
Allí donde se aviva y crece y comienza a girar la rosa obscena del poema.
Señor terrible de mi risa, he aquí la tierra humeante con el husmo de la venación,
La arcilla viuda bajo el agua virgen, la tierra lavada del paso de los hombres insomnes,
Y, olida de más cerca como un vino, ¿no es verdad que provoca la pérdida de la memoria?
Señor, ¡Señor terrible de mi risa!, he aquí el reverso del sueño sobre la tierra,
Como la respuesta de las altas dunas al escalonamiento de los mares, he aquí, he aquí
La tierra a cabo de uso, la hora nueva en sus mantillas y mi corazón visitado por una extraña vocal.

II

Nodrizas sospechosísimas. Cortejantes de ojos velados de madurez, ¡oh Lluvias! por quienes
El hombre insólito mantiene su casta, ¿qué diremos esta noche a quien haga altanera nuestra vela?
¿Sobre qué lecho nuevo, a qué reacia cabeza raptaremos aún la chispa valedera?
Mudo el Ande sobre mi techo, tengo una aclamación fortísima en mí, y es para vosotras, ¡oh Lluvias!

Llevaré mi causa ante vosotras: ¡en la punta de vuestras lanzas lo más claro de mi bien!
¡La espuma en los labios del poema como una leche de corales!
Y aquella que danza como un encantador de serpientes a la entrada de mis frases,
La Idea, más desnuda que una cuchilla en el juego de las facciones,
Me enseñará el rito y la medida contra la impaciencia del poema.
Señor terrible de mi risa, líbrame de la confesión, de la acogida y del canto.
Señor terrible de mi risa, ¡cuánta ofensa en los labios del chubasco!
¡Cuántos fraudes consumados bajo nuestras más altas migraciones!
En la noche clara de mediodía, anticipamos más de una proposición.
Nueva sobre la esencia del ser. . . ¡oh humos presentes sobre la piedra del lar!
Y la lluvia tibia sobre nuestros techos hizo igualmente bien en apagar las lámparas en nuestras manos.

III

Hermanas de los guerreros de Assur fueron las altas lluvias en marcha sobre la tierra;
Con cascos emplumados y bien arremangadas, con espuelas, con espuelas de plata y de cristal,
Como Dido hollando el marfil en las puertas de Cartago,
Como la esposa de Cortés, ebria de arcilla y pintada, entre sus altas plantas apócrifas. . .
Avivaban de noche el azur en las culatas de nuestras armas.
¡Poblarán el Abril en el fondo de los espejos de nuestras estancias!
Y no me cuido de olvidar su pataleo en el umbral de las cámaras de ablución:
Guerreras, ¡oh guerreras por la lanza y la flecha hasta nosotros aguzadas!
Danzarinas, ¡oh danzarinas por la danza y la atracción al suelo multiplicadas!
Son armas a brazadas, son mozas por carretadas, una distribución de águilas a las legiones,
Un levantamiento de picas en los suburbios por los más jóvenes pueblos de la tierra —haces rotos de vírgenes disolutas,
¡Oh grandes gavillas desatadas! ¡la amplia y viva cosecha en los brazos viriles invertida!
... Y la Ciudad es de vidrio sobre su zócalo de ébano, la ciencia en las bocas de las fuentes,
Y el extranjero lee sobre nuestros muros los grandes carteles anonarios,
Y el frescor está en nuestros muros, en donde la Indiana esta noche se hospedará en casa del nativo.

IV

Relaciones hechas al Edil; confesiones hechas a nuestras puertas. . . ¡Mátame, dicha!
¡Una lengua nueva de todas partes ofrecida! un frescor de aliento por el mundo
Como el soplo mismo del espíritu, como la cosa misma proferida, a flor del ser, su esencia a la fuente misma, su nacencia:
¡Ah! ¡toda la afusión del dios salubre sobre nuestros rostros, y tal brisa en flor
Al hilo de la hierba azuleante, que se anticipa al paso de las más remotas disidencias!
Nodrizas sospechosísimas, oh Sembradoras de esporos, de semillas y de especies ligeras,
¿De qué decaídas alturas reveláis para nosotros las
vías, Como al término de las tempestades los más bellos seres
lapidados sobre la cruz de sus alas?
¿Qué obsedéis de tan lejos, que aun es preciso que uno piense en perder el vivir?
¿Y de qué otra condición nos habláis tan quedo que uno pierde la memoria?
Para traficar con cosas santas entre nosotros, ¿desertáis vuestros lechos, oh Simoníacas?
En el fresco comercio de la neblina, allá donde el cielo madura su gusto de yaro y de nevero,
Frecuentabais el relámpago salaz, y en la albura de las grandes albas laceradas,
En la pura vitela rayada con un cebo divino, nos diríais, ¡oh Lluvias! qué lengua nueva solicitaba para vosotras la grande uncial de fuego verde.


V

Que vuestra venida estuviese llena de grandeza, lo sabíamos nosotros, hombres de las ciudades, sobre nuestras flacas escorias,
Pero habíamos soñado más altas confidencias al primer soplo del chubasco,
Y nos restituís, ¡oh Lluvias!, a nuestra instancia humana, con este sabor de arcilla bajo nuestras máscaras.
¿En más altos parajes buscaremos memoria? ... ¿o si nos es preciso cantar el olvido en las biblias de oro de las bajas hojarascas? ...
Nuestras fiebres teñidas con los tulipaneros del sueño, la catarata sobre el ojo de los estanques y la piedra rodada hacia la boca de los pozos, ¿no hay ahí bellos temas por reanudar,
Como rosas antiguas en las manos del inválido de guerra? ... La colmena todavía está en el vergel, la infancia en las horquetas del árbol viejo, y la escala prohibida en las bellas viudeces del relámpago...
Dulzura ele ágave, de áloe.... ¡insípida estación del hombre sin engaño! Es la tierra cansada de las quemaduras del espíritu.
Las lluvias verdes se peinan ante los espejos de los banqueros. En los paños tibios de las plañidoras se borrará la faz de los dioses-niñas.
E ideas nuevas se abonan a los constructores de imperios sobre su mesa. Todo un pueblo mudo se yergue en mis frases, en las grandes márgenes del poema.
Levantad, levantad, faltos de jefes, los catafalcos del Habsburgo, las altas piras del hombre de guerra, las altas colmenas de la impostura...
Aechad, aechad, faltos de jefes, los grandes osarios de la otra guerra, los grandes osarios del hombre blanco sobre quien se fundó la infancia.
Y que oreen sobre su silla, sobre su silla de hierro, al hombre presa de las visiones que irritan a los pueblos.
No concluiremos de ver arrastrarse sobre la extensión de los mares la humareda de las hazañas con que se tizna la historia,
En tanto que en las Cartujas y las Leproserías, un perfume de termitas y de blancas frambuesas haga erguirse sobre sus cañizos a los Príncipes valetudinarios:

“Yo tenía, yo tenía ese gusto de vivir entre los hombres, y he aquí que la tierra exhala su alma de extranjera.”

VI

Un hombre aquejado de semejante soledad, ¡que vaya y guinde en los santuarios la máscara y el bastón de mando!
Yo llevaba la esponja y la hiel a las heridas de un viejo árbol cargado con las cadenas de la tierra.
“Yo tenía, yo tenía ese gusto de vivir lejos de los hombres, y he aquí que las Lluvias. . .”
¡Tránsfugas sin mensaje, oh Mimos sin visaje, conducíais a los confines tantas bellas simientes!
¿Hacia qué bellas hogueras de hierbas entre los hombres apartáis una noche vuestros pasos, por qué historias desenlazadas
Al fuego de las rosas en las alcobas, en las alcobas donde vive la oscura flor del sexo?
¿Codiciáis nuestras esposas y nuestras hijas tras la verja de sus sueños?
(Hay mimos de mayorazgas
en lo más secreto de las estancias, hay puros servicios y tales que uno pensaría en el palpo de los insectos…)
¿No tenéis nada mejor que hacer entre nuestros hijos, que espiar el amargo perfume viril en los correajes de la guerra? (como un pueblo de Esfinges, grávidas de la cifra y del enigma, disputan acerca del poder a las puertas de los elegidos…)
¡Oh Lluvias, por quienes los trigos salvajes invaden la Ciudad, y las calzadas de piedra se erizan de irascibles cactus,
Bajo mil pasos nuevos hay mil piedras nuevas recientemente visitadas. En los azafates refrescados por una invisible pluma ¡haced vuestras cuentas, diamantistas!
Y el hombre duro entre los hombres, en medio del gentío, se sorprende soñando en el limo de las arenas. ...“Yo tenía, yo tenía ese gusto de vivir sin dulzura, y he aquí que las Lluvias...” (La vida sube a las tempestades sobre el ala de la repulsa.)
Pasad, Mestizas, y dejadnos en nuestro acecho... Tal se abreva en lo divino cuya máscara es de arcilla.

Toda piedra lavada de los signos de vialidad, toda hoja lavada de los signos de latría es la tierra ablucionada de las tintas del copista. . .
Pasad, y dejadnos con nuestros más viejos hábitos. ¡Que mi palabra todavía vaya delante de mí! y cantaremos todavía un canto de los hombres para quien pasa, un canto de alta mar para quien vela:

VII

“Innumerables son nuestras vías y nuestras mansiones inciertas. Tal se abreva en lo divino cuyo labio es de arcilla. Vosotras, lavadoras de los muertos en las aguas madres de la mañana —y está la tierra todavía en las zarzas de la guerra— lavad también la faz de los vivos; lavad, ¡oh Lluvias, la faz triste de los violentos . . . pues sus vías son estrechas y sus mansiones inciertas.
“Lavad, ¡oh Lluvias!, un lugar de piedra para los fuertes. A las grandes mesas se sentarán, al socaire de su fuerza, aquellos que no embriagó el vino de los hombres, aquellos que no mancilló el gusto de las lágrimas ni el sueño, aquellos que no se curan de su nombre en las trompetas de hueso... a las grandes mesas se sentarán, al socaire de su fuerza, en lugar de piedra para los fuertes.
“Lavad la duda y la prudencia al paso de la acción, lavad la duda y la decencia en el campo de la visión. Lavad, ¡oh Lluvias!, la catarata del ojo del hombre de bien, del ojo del hombre de ideas sanas, lavad la catarata del ojo del hombre de buen gusto, del ojo del hombre de buen tono; la catarata del hombre de mérito, la catarata del hombre de talento; lavad la escama del ojo del Maestro y del Mecenas, del ojo del Justo y del Notable ... del ojo de los hombres calificados por la prudencia y la decencia.
“Lavad, lavad la benevolencia del corazón de los grandes Intercesores, el decoro de la frente de los grandes Educadores, y la mancilla del lenguaje de los labios públicos. Lavad, ¡oh Lluvias!, la mano del Juez y del Preboste; la mano de la partera y de la amortajadora, las manos lamidas de inválidos y ciegos, y la mano baja, en la frente de los hombres, que sueña todavía con riendas y con foete. . . con el asentimiento de los grandes Intercesores, de los grandes Educadores.
“Lavad, lavad la historia de los pueblos en las altas tablas conmemorativas: los grandes anales oficiales, las grandes crónicas del Clero y los boletines académicos. Lavad las bulas y las cartas, y los Cuadernos del Tercer Estado; los Convenants, los Pactos de alianza y las grandes actas federales; lavad, lavad, ¡oh Lluvias!, todas las vitelas y todos los pergaminos, color de muros de asilos y leproserías, color de marfil fósil y de viejos dientes de mulas. . . Lavad, lavad, ¡oh Lluvias!, las altas tablas conmemorativas.

“¡Oh Lluvias! lavad del corazón del hombre los más bellos dichos del hombre: las más bellas sentencias, las más bellas secuencias, las frases mejor hechas, las páginas mejor nacidas. Lavad, lavad del corazón de los hombres su gusto de cantilenas, de elegías; su gusto de villanescas y rondós; sus grandes aciertos de expresión; lavad la sal del aticismo y la miel del eufuismo; lavad, lavad las sábanas del sueño y las sábanas del saber: del corazón del hombre sin repulsa, del corazón del hombre sin asco, lavad, lavad, ¡oh Lluvias!, los más bellos dones del hombre ... del corazón de los hombres mejor dotados para las grandes obras de razón.”

VIII

...El baniano de la lluvia pierde sus raíces en la Ciudad. ¡Al viento del cielo la cosa errante y tal
Como vino a vivir entre nosotros! ... Y no negaréis, de repente, que todo nos viene a nada.
Quien quiera saber lo que acontece a las lluvias en marcha sobre la tierra, véngase a vivir sobre mi techo, entre los signos y presagios.
¡Promesas incumplidas! ¡Inasibles simientes! ¡Y humaredas que veis sobre la calzada de los hombres!
¡Venga el relámpago, ¡ah! que nos abandona! ... Y conduciremos de nuevo a las puertas de la Ciudad
Las altas Lluvias en marcha bajo el Abril, las altas Lluvias en marcha bajo el foete como una Orden de Flagelantes.
Pero henos aquí librados más desnudos a ese perfume de humus y de benjuí en que la tierra se despierta con sabor de virgen negra.
... Es la tierra más fresca en el corazón de los helechales, la afloración de los grandes fósiles en los carbones chorreantes,

Y en la carne lacerada de las rosas tras el huracán, la tierra, la tierra con gusto todavía de mujer hecha mujer.
... Es la Ciudad más viva a las luces de mil cuchillos, el vuelo de las consagraciones sobre los mármoles, el cielo todavía en los pilones de las fuentes.
Y la cerda de oro en ápice de estela sobre las plazas desiertas. Es todavía el esplendor en los pórticos de cinabrio; la bestia negra herrada de plata a la puerta más excusada de los jardines;
Es todavía el deseo en el flanco de las jóvenes viudas, de las jóvenes viudas de guerreros, como grandes urnas reselladas.
...Es el frescor corriente en las crestas del lenguaje, la espuma todavía en los labios del poema,
Y el hombre todavía de todas partes urgido por ideas nuevas, cede al levantamiento de las grandes olas del espíritu:
“¡El bello canto, el bello canto que he aquí sobre la disipación de las aguas!. . .” y mi poema, oh Lluvias, ¡que no será escrito!

IX

Llegada la noche, cerradas las verjas, ¿qué pesa el agua del cielo en el bajo imperio de la hojarasca?
¡En la punta de las lanzas lo más claro de mi bien!... Y cosa igual al azote del espíritu,
Señor terrible de mi risa, llevarás esta noche el es-cándalo a más noble casa.
...Pues tales son vuestras delicias, Señor, en el árido umbral del poema, en donde mi risa espanta a los verdes pavorreales de la gloria.





Antología Mínima
Traducción de Jorge Zalamea
Selección y nota introductoria de José Emilio Pacheco
México, 2008
Aclaración de La trampa de arena: ¡Está permitido recurrir al diccionario...!

19 de noviembre de 2011

Guardarropas



El carácter destructivo sólo conoce una consigna:
hacer sitio; sólo una actividad:
despejar. Su necesidad de aire fresco y espacio libre
es más fuerte que todo odio.
Walter Benjamín: El carácter destructivo, de Discursos Interrumpidos I



Mientras cepilla estantes libres
Del guardarropas vacío concluye:
Otro recinto habrá detrás de éste
Y otro más –el más distante-
Clausurados ambos. Es definitivo
Que a nadie preocupó copiar sus llaves.

No sabe qué apilar sobre qué
Continuará soportando:
Debajo de epílogos y albores
Esconde llantos que abortó
Quién sabe cuál esclusa en fuga.
Un salpicado de lágrimas –conviene-
Alcanza para cepillar estantes.

En otros guardarropas –los candados
Los de otra vida y otras tardes
Con manzanas maduras de sol-
Están sus viejas pieles. Las mudas
De ofidio o de lagarto. Esferas
De algodón para asomar vellosidades.

Y pelusas que el otoño arrastra
Con canastos despojados. Crisálidas
Rotas. Cabellos quebrados. Larvas
Ambarinas de cigarras como fetos
Que huelen a tierra. Revividos ecos
En la hilera de cuatro casuarinas.

Sigue cepillando pero se apura
Por ganarle al día y sus sombras
-Es necesario destruir para cambiar-:
El fugitivo respira cuando alza la maza
Y rompe. Por breve tiempo nada necesita
Corretea libre en los estantes.


(c) Carlos Enrique Cartolano. De Bridas, 2011.

Feria del Libro de Mar del Plata



Soplar soplar


La poesía es soplo sobre hierba
La hierba es socialista
Para todos se recuesta
en la faz de praderas.
La poesía:
Soplar versos blancos de mañana
O redondos como tunas si nos alcanza
El mediodía.

La hierba es compartida
También el soplo
Es del hombre general
Que para vivir expira
Versos libres de común destino.
Porque las hojas de hierba
Se recuestan
Sobre todo corazón
Y en la faz de la tierra.

La poesía es hojas de hierba
Que vienen sujetando soplos
Y esa boca que sopla
No es ajena a la gloria.
Porque la palabra fluye
Versos transparentes
Desde una y toda boca
Elegidas del que sopló
Antes y mejor que ningún otro.

El padre de barro y la hierba
Recostados
Sobre la faz amanecida
Antes de que el sol arroje tunas
Redondas como soplos
Concretas como versos
O bocas artesanas y hacedoras:
El primer soplo de Dios
Es el que embocamos
Desde entonces y por siempre.

La poesía es soplo sobre hierba
De ella supo bien el fundador:
¿A dónde vamos Walt Whitman?
 Las puertas se cerrarán dentro de una hora.
¿Hacia dónde apunta tu barba esta noche?
(Toco tu libro, y sueño
 con nuestra odisea en el supermercado
y me siento absurdo)
-Allen Ginsberg-
Hasta en la ajena California
Se prestan hierbas al soplido. Ya ven:
¡Vengan a usar sus bocas breves!

Les presento dos milagros.
Cuatro o cinco
En realidad: el mundo y su conciencia
Reproducen
Voluntad editorial. Y sin papel:
Luz. Solamente luz
Y no hay papel.
Cuerdas evocó seis años de viajes
Y El Piquete nuevo alarido
De la verdad frente al poder
Que viola y asesina.
Avisos y señales podas de prosa a los sesenta
Y frente al odio Poemas del amor que vence
A la muerte y al mal de todo mal
Erradicar sus usinas
Al mundo de raíz.

Antídoto nómade la poesía
Combatiendo amargores y a tanto
Tanto buitre al que convocan
Cadáveres vacíos de soplo
(los amontonados en zanjas
yermos y no recostados sobre la faz
de la tierra como estas hierbas
enviadas de Dios).

La poesía soplo de la tierra
(recuerda la brisa que bendijo a Elías)
Nos troca en hacedores
De mieles y de trinos: ya se sabe
La intimidad urdida con palabras
Se nos vuelca por los labios
Tinta del dolor y la alegría.

Y dicen insistentes
Que el mundo conforme bibliotecas
Ha mutado. Que la electrónica
-una chispa que recuerda a Adán-
Sigue encendiendo el horizonte
Y desde que se prendió
Nadie intentó apagarla. Y dicen
También con insistencia
Que hoy los anaqueles
De siglos y milenios se reducen
Al tamaño de un pañuelo.
¡Mírenlos pasear orondos de bolsillo
En bolsillo. Haciendo delicias
Del pueblo. De sus intérpretes amantes!


(c) Carlos Enrique Cartolano. De Bridas, 2011.
Texto de la presentación de poemarios electrónicos por su autor, el pasado 16 de noviembre en la 7a Feria del Libro de Mar del Plata 2011 -Puerto de Lectura-.

13 de noviembre de 2011

Una invitación muy especial


 El miércoles 16 estaré esperándote...



 
Y dicen insistentes
Que el mundo conforme bibliotecas
Ha mutado. Que la electrónica
-una chispa que recuerda a Adán-
Sigue encendida al horizonte
Y desde que se prendió
Nadie intentó apagarla. Y dicen
También con insistencia
Que hoy los anaqueles
De siglos y milenios se reducen
Al tamaño de un pañuelo.
¡Mírenlos pasear orondos de bolsillo
En bolsillo. Haciendo delicias
De monarcas e intimidades!

El 16 de noviembre próximo, a las 19 horas, en Auditorio OSDE, de Av Colón 2909 -frente a Plaza Mitre, en el marco de la 7ª Feria del Libro-, Mar del Plata-, se presentarán los libros  electrónicos

CUERDAS – EL PIQUETE Y OTROS POEMAS y
AVISOS Y SEÑALES – POEMAS DEL AMOR QUE VENCE A LA MUERTE
de Carlos Enrique Cartolano
Editó EMOOBY –Madeira, Portugal-, 2011

Cuatro poemarios que reúnen en dos volúmenes, la producción del período 1998/ 2009
Presentará la obra el poeta RAFAEL FELIPE OTERIÑO
Leerán poemas Sol Flores, Yamila Coronello, Mercedes D´Antonio y Leandro Sturla, alumnos de la EMAD Mar del Plata. 




Carlos Enrique Cartolano