66.
Como
lo hiciera Henri Matisse, con el divorcio dejé atrás cuarenta y dos años de
convivencia. En ambos, la enfermedad atacó los intestinos. Mientras en el caso
de Matisse, los resultados de la operación solo medianamente positivos por
lo escaso de los medios, yo –que dispongo de los avances de la ciencia más de
setenta años después–, sufro la incertidumbre de una cirugía varias veces
postergada.
Como
Henri Matisse amo a los pájaros por su facultad de vuelo –no son palomas en mi
caso, sino diminutos estorninos que conmigo madrugan y regresan cada día–; y
también con Matisse disfrutamos con la generosidad animal, del afecto en lecho
y mesa de trabajo –aunque para él fueran gatos, y para mí perros–.
Obedecí los consejos de Henri Matisse en cuanto a las artes compartidas;
recorté los pinceles, mientras él restaba filos a su lengua. Claro que aún no
sé qué sucederá a mi escritura al cabo de la senda; Matisse empuñó tijeras.
Creo que en mi caso, las compañías serán ondas y micrófono.
Henri Matisse puso cuerpo y hálito en manos del arte; pagó con colores
diáfanos y un mosaico de formas irrepetibles. Yo intenté un poema en más de
cinco mil quiebres del silencio, y no alcanzo aún la capacidad del propio
juicio.
Pretendo la escucha,
practico del susurro al alarido; si toda condición es de la forma y su color,
también será de sonido y reverberación. Aún tiembla la gramilla en torno a asfódelo, esa flor algo verde, / igual que
un botón de oro/ sobre su tallo bifurcado/ -si no fuera porque es verde y
leñoso- …, advirtió William Carlos Williams, médico habitante del vientre
de la guerra. Y como él viví una vida colmada de flores, dispuesto al aroma de
las infernales, en tanto aguardaba la escucha, conocer el destino de mi voz.
(c) Carlos Enrique Cartolano. "Scherzo", 2021
Ilustración: Henri Matisse (c)