50.
Abandonada a suerte de palabras, mi carne no recuerda. Cómo decía, o
escribía aquel de mis ocho o diez veranos, cuando eran tan importantes
rasguños, picazón, ardores del sol puesto de pienombre sobre la piel. Pregunto.
Acaso ya veía como miro, imaginaba un interlocutor, escuchaba; si a mi niño
escuchaban en su entorno, pregunto. Cuando él acariciaba los maderos grises,
veteados, sus infinitos surcos, ya
secos, semienterrados en la arena: qué imágenes, cuáles y cuántos colores. Vuelvo
a preguntar.
Aquí mismo, puertas afuera, hay un chico de edad remota que patea con
ritmo su pelota, patea y pica la goma contra mi pared. Solo, durante horas,
solo. Conversa con el duende imaginario, lo culpa, y se culpa de haber colgado un balón sobre mi techo.
¿Vos también fuiste educado en la culpa, en los años cincuenta y sesenta del siglo XX? ¿Vos también fuiste solitario, y terminaste por inventar un amigo imaginario, al que solo vos veías? Acaso en ese tiempo, las metáforas ya te poblaban y veías una realidad diferente a la de tus mayores. ¿Pasabas al otro lado, entonces? Con gran facilidad, claro; te bastaba con subir al máximo el volumen de la música.
(c) Carlos Enrique Cartolano. "Scherzo", 2021
Ilustración: Foro Peruano de las Artes (c)
1 comentario:
No soy de esas décadas, pero conozco esas sensaciones.
Saludos,
J.
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