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Calculo en cinco mil los poemas que llevo escritos en los últimos sesenta
años. Sin duda, mi escribiente en protagónico es escandaloso, y con su fárrago
de letras, barras y silencios, desaprovecha la oportunidad de los grandes
poemas de la vida, que se ofrecen en apenas una o dos decenas.
El
corpus poético de Konstantinos Petrou Kavafis suma apenas ciento cincuenta y
cuatro poemas. Este griego de Alejandría, profusamente leído, proclamado, y siempre
vivo tras más de cien años, es un héroe de la existencia humana. Un valiente en
el común campo de batalla. Según mi modo de ver, en dos poemas sintetizó su
vida y la de quienes le seguimos: Ítaca
y Recuerda, cuerpo.
Porque acaso alguien puede hablar de amor, con mayor justeza que quien
lo ha perdido.
Kavafis es mi confesor y mi maestro. No hay quien más sepa de mí. Vida e interiores los ha recorrido conmigo; o mejor, yo con él: con su palabra y su deseo; con su respeto, su intensidad, su capacidad de amor. Pero por sobre todo: con su humildad, virtud que lo convirtiera en apóstol de lo verdadero.
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