58.
La muerte es exacta, ha dicho Emil Cioran,
aunque libre de ficciones porque no se vuelve de ella, y siempre será
frustrante admitir que creímos nuestras propias mentiras. La vida, en cambio,
nos oculta el calendario, al punto de permitirnos proyectar catedrales en
vísperas del fin. Es suicida la existencia, pródiga, ciega; enajena a sus
vivientes. Por eso terminamos temiéndole a la vida, agrega Cioran.
Será por eso que la ciencia se entretiene en juegos de eternidad. Tras
triplicar la duración de vida en ratones, se dispone ahora a experimentar con
la naturaleza humana. Más cerca cada vez de los dioses –hechos a nuestras
imagen y semejanza–, no nos conformamos con la esencia temporal. No soportamos
el decurso del río interior, la repetición de puertos, el desbaratamiento de
los puentes, la vejez, la forzosa lentitud de los reflejos.
Atribuimos a los
dioses eternidad, y la tradición nos aconseja vivir emulándolos. No hay mayor
engaño; sostengo que la civilización occidental fue puesta en remate por la
hipocresía; que la peste que asuela se propone una nueva purga de la humanidad.
Hago votos porque esta purificación comience por los poderes del norte
imperial.
Ilustración: Tilsa Tsuchiya (c)
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