30.
Una
buena cantidad de poemas en mis libros anteriores comenzaron con estas cuatro
palabras, que hoy vuelven: la existencia
consiste entonces en extraviar la pieza que me había completado. ¿O acaso,
en la vida fue solo un repliegue haberla encontrado? ¿Y también perdido? Una
cosa, siempre independiente de su valor material, una sensación, una palabra
con frecuencia. ¡Siempre una palabra, y del lenguaje poético, por tanto cómo
sugiere! Una persona, un par de veces, un amor otras tantas. O un libro, uno propio
–para completar el legado–, uno ajeno que faltó en tal autor, en un ideario,
historia o propósito. Acaso un día, un minuto que podía haber marcado inicios o
final de otro de mis tiempos. De mis constantes. Algo, digo, que también
sirviera al resto, o no. Que solo a mí sirviera a fin de completarme. Un mes,
el nombre de un mes, dice uno de mis lectores. El propósito de mi escritura,
dice otro. Los lectores me resultan impredecibles: son críticos, reescriben,
interpretan lo que yo jamás quise decir. Pero son la pieza que completa la
obra. Siempre faltan, y también extenúan.
Y también, por
fortuna, están los más queridos. Cuando ellos me leen e interpretan, por
escrito o en forma oral, por caso en presentaciones, reconozco en mí al Midas
de mi nombre. Un Midas pequeñito, claro, pero con las mismas aptitudes de parto
y belleza enriquecedora, y acompañado por una amante que lo alimenta de su
mano.
(c) Carlos Enrique Cartolano. Scherzo, 2021
Ilustración: Carlos Cortés (c)
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