32.
A
mis setenta y tres años, la maduración no cesa. Sigo encontrando explicaciones,
los conocimientos crecen y con cada sorpresa el paraíso original parece estar
más cerca. Una cuestión central continúa rondándome, y cada día parece cargar
con más razones junto a su ser perentorio. Al aproximarse la muerte me pregunto
por los legados, por cuanto dejo, a quiénes cargo con tareas, a quiénes
preocupo. Voy por la memoria en los otros. Me he convencido de que la muerte no
tiene otra explicación más allá del silencio y la ausencia; por lo tanto no
especulo con ella, solo lo hago en torno al tiempo que demore en alcanzarla.
Seguramente habrá diversos signos que permitan notar que se aproxima: una o más
operaciones, el progreso de una o más enfermedades. Está todo en ciernes. Y
existe, además, una respuesta que he de alcanzar antes de que la parca me bese:
¿Por qué la escritura en mi vida? Y en dependencia de ello, qué, cómo y cuánto legado.
Voy a intentar responderlo en los siguientes números.
Como la existencia
de todos es variable, y cada uno pende del resto en curso y cambios, las
elucubraciones sobre el tiempo y los finales se modificaron drásticamente. He
recorrido con mis manos el rostro de la parca, un mapa de mi propia vida, con
cumbres y bajíos. Continúo esperando, pero la escena y el decorado son
diferentes.
Ilustración: Miguel Ángel
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