24.
Coloco la copa vacía a cincuenta centímetros, o quizás resulte menos. El
cristal no es perfecto, y distorsiona lo que a su través puede verse; esto que
viene armándose dosificado por la memoria: rasgos que rayan vacíos del aire.
Hay facciones: primero los ojos, después la boca, al cabo un mechón de cabello
que cubre el pómulo derecho, y que la mirada pone a mi izquierda. El filo del cristal
refracta luz y oculta parte de la nariz. El conjunto se refleja en un segundo
cristal, el que cubre mi mesa; entonces, las facciones de la mujer se
invierten, y a mis ojos gobierna un extraño brillo en sus labios.
La
distancia y la memoria, asociados a la imperfección del cristal, mutan la
imagen. No reconozco a esa mujer, quizás sí algunos rasgos por separado evocan
un nombre, algún momento que ahora rescato de la bruma, palabras, de esas que
suenan a mis espaldas. La firmeza del mentón me dice espera; el vacío de su
mirada, desinterés; el brillo en sus labios lo puse yo. De esto último no me caben
dudas. Pero la tarde me engaña con un reflejo débil. La distancia es misterio
del tiempo, que mi hálito rehúye y a la vez extraña.
Ella niega, me niega. Responde que no. Pone pieles seductoras por
delante, aunque no son para mí. Sabe que no podré alcanzarla. Sé que más allá
de la vista, todo es sinsentido. Sueños nada más. Sin carne, sin mañana.
Las horas de la
tarde hermanan sombras y turbidez. El deseo me engaña; la belleza continúa
lejos, y no sé si lograré alcanzarla. La necesidad es arma de doble filo; no la
consuelan medias imágenes.
Ilustración: OK Chicas (c)
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