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10 de mayo de 2022

Trascendencia o inmanencia ...

 


Trascendencia o inmanentismo

1970

 

Una inexplicable oscuridad brotaba del olor de la tinta al espesarse (…)

Había percibido algo inexplicable en la fisonomía agonizante

de su marido. Algo nuevo. Le sería dado, pues, resolver el enigma…

Yukio Mishima –Patriotismo–

 

  En un acto público que la poesía, como consigna y necesidad vital convocó, pregunté a las dos panelistas –Silvina Vuckovic y Carolina Bugnone–, ambas poetas, acerca de sus legados literarios, cuestión en la que, asistido en este momento de mi vida solo por la más franca incertidumbre, necesitaba conocer el parecer de mis colegas para intentar forjar opinión propia. Supe que en ello, y en esta hora a todos, nos cabe un signo de interrogación, lo cual ya dice bastante sobre el tema.

  Sucede que en mi bandeja de historias a utilizar había apilado días atrás textos relacionados con la trascendencia en Yukio Mishima (Tokio, 14 de enero de 1925 – 25 de noviembre de 1970), y una traducción de su cuento, quizás el más interesante: Patriotismo. Interesante, como en toda literatura, porque es autobiográfico y además anticipatorio, cumpliendo así –a mi entender–  con el más encantador misterio de la ficción. Porque siempre un conocer ordena la escritura, para nuestro alumbramiento, y la revelación a cargo de la palabra.

  El 25 de noviembre de 1970, Mishima, de 45 años, miembro conspicuo del ejército irregular de autodefensa japonesa, o Sociedad del Escudo, se autoinmoló ante sus propios soldados, mediante el seppuku –lo que los occidentales conocemos como harakiri–. Yukio era un idealista, también rebelde, extrañamente a la vez defensor de las tradiciones milenarias del Japón, y destacado narrador, que estuvo a punto de merecer el Premio Nobel en 1968. Por cierto, era el más leído en Occidente entre los escritores de su país. Cuando Mishima estuvo nominado, se llevó el premio Yasunari Kawabata, considerado el maestro de Yukio; aquel declaró entonces que el premio debía haber sido otorgado a Mishima. Pero la Academia Sueca ya consideraba un obstáculo que los candidatos profesaran ideologías conflictivas para su tiempo.

  Y en esos años, Occidente culminaba su avance sobre Japón, y Estados Unidos imponía allí la economía de mercado, forzando el olvido de las tradiciones.  El suicidio ritual de Mishima, planificado durante dos años nada menos, era un testimonio de amor al emperador, una exhortación a reconstruir las bases espirituales de su nación, a apoderarla para su defensa –la consideraba un arsenal sin armas–, y a quitar del territorio toda ingerencia extranjera, así como sus consecuencias. Japón se interesa solo por el dinero –había dicho–, y olvida su dignidad, el heroísmo que lo caracterizó durante la reciente contienda.

  Mientras la reconversión japonesa hacia occidente se profundizaba, Mishima iba contra la corriente, deploraba su mala suerte después de haber sido rechazado por sus antecedentes de tuberculosis, al intentar enrolarse en el ejército. Deseó tanto intervenir como kamikazeel viento divino– de sus más caras tradiciones–, y solo pudo colaborar en la industria del armamento.

  Yukio Mishima se interesaba por su legado, no solo estético, sino también ético. Por eso necesitaba testigos, quienes acreditaran el legado aun judicialmente. Trascendencia era el propósito, aunque sus soldados, y los jóvenes ahora próximos a la izquierda,  desoyeran el alegato final, así como un avance ante el inmanentismo occidental que ganaba más y más espacio en Japón. Él era un idealista aguerrido, difícil de conformar, y era también un pesimista existencial, contrariado por los condicionamiento durante los primeros años de sus existencia –Asistí a un banquete de sinsabores, cuando aún no podía leer el menú, escribió–. Llegaré a ser en mi vida un poema, dijo y dispuso morir con el ritual de los samuráis. Fue el primer seppuku, después de la rendición japonesa; todo un símbolo que legó a las posteriores generaciones. Camus había dicho que el suicidio es algo planeado en el silencio del corazón, como una obra de arte. Y Mishima lo planificó durante dos años, intentando reponer las perdidas ética y estética de la muerte.

  Dijo Carl B. Becker: Cuando en Japón alguien muere con un estado firme de mente, a los que quedan no les corresponde criticar eso o desear que la persona no hubiera muerto en esa situación. Los que quedan deben respetarlo y no resentirse, rechazar ni lamentar una muerte que a ellos podría parecerles prematura.

  En suma, Mishima dejó un gran legado literario, una modalidad espléndida en la narración, y la obra con que obtuvo la fama fue Confesiones de una máscara,  cuando contaba con solo veinticinco años. En ella justamente narró la vida de un joven que no acepta el mundo en que le toca vivir y que no puede integrarse a la sociedad de su momento. En las antípodas de Mishima puede ubicarse al escritor japonés, que ahora alcanza notable fama, y que es sempiterno candidato al Nobel: Haruki Murakami. Porque mientras el primero pretendió devolver Japón a los dioses lares, esos que corren con la sangre de cada uno de los nacionales, el otro, en un escenario globalizado, se interesó por sorprender a occidentales y orientales por igual. Una literatura de gran mercado, pero que muere en su interior, dentro de sí, de muerte natural podría sostenerse, y sin mayores consecuencias literarias.

 

El veintiocho de febrero de 1936, al tercer día del incidente del 26 de febrero, el teniente

Shinji Takeyama, del batallón de transportes, profundamente perturbado al saber que sus colegas más cercanos estaban en connivencia con los amotinados, e indignado ante la inminente perspectiva del ataque de las tropas imperiales contra tropas imperiales, tomó su espada de oficial y ceremoniosamente se vació las entrañas en la habitación de ocho tatami de su residencia privada en la sexta manzana de Aoba-cho, en el distrito Yotsuya. Su esposa, Reiko, lo siguió clavándose un puñal hasta morir.

La nota de despedida del teniente consistía en una sola frase: “¡Vivan las Fueras Imperiales!”. La de su esposa, luego de implorar el perdón de sus padres por precederlos en el camino a la tumba, concluía: “Ha llegado el día para la mujer de un soldado”. Los últimos momentos de esta heroica y abnegada pareja hubieran hecho llorar a los dioses. Es menester destacar que la edad del teniente era de treinta y un años; la de su esposa, veintitrés.

Hacía solo dieciocho meses que se habían casado…

Fragmento de Patriotismo, de Yukio Mishima


(c) Carlos Enrique Cartolano. "Recuerdos del olvido", 2021

Ilustración: Estética de la muerte 


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