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2 de marzo de 2019

Un guiñapo en lunes




  Un guiñapo de lunes. El pichón caído no sé desde qué alturas, cuando en este tiempo todo precipita en medio líquido o transparencias. Lo dejo a la izquierda y paso. Pero la imagen sobrevive: las plumas todavía escasas y el buche amoratado, la piel de noche por debajo, el pico entreabierto vacío de intercambios, y el ojo clavado al extremo del espanto, exangüe de miserias animales. Me quedo pensando en los pájaros del séptimo. Palomas también anchas de alas, rodeaban aquel hábito mío: mirar el mar (nada más corriente que eso y en ese lugar, aunque entonces  buscara transformarlo en interiores). Siempre la forma; indago en ella por asignarla a cuanto recibí, desde un fonema hasta el amor. Creo posible poner, cambiar o romper la forma a todo. Hasta puedo decir que por eso escribo. Quizás eso responda a la necesidad más legendaria, lo cual además resultaría presuntuoso.
  La palomita muerta estaba lejos todavía del primer vuelo asistido. Paso a su lado con respeto. Incorporo otro dolor. Me pregunto al cabo, a cuál de los arrullos que poblaron mi balcón en primavera, responde la malograda. Si supiera a cuál, con fecha, fotos quizás, con reportes del tiempo y crónicas de noticieros, pienso. Si pudiera ver cuándo fue embrión fecundado este pichón, entonces sabría a cuál de los poemas asignar qué arrullo y qué aleteo de seducción sobre mi baranda. Podría darle forma a una muerte y nombre a la caída. Porque todas las muertes son distintas y se llaman diferente.
  La palomita muerta es quizás ese poema, concebido con ella. Quizás él se debate aún dentro del buche colorado, hormiguea por decir y echar el último suspiro. ¿Acaso los poemas mueren? ¿Quién les resta vida y los arroja desde muy alto antes de que hayan aprendido a volar? ¿Tienen ellos dios de voluntad omnímoda? Me pregunto si andan como yo, entre la gente común, necesitados de una palabra, o en cualquier caso de la boca ideal, ese lecho de labios donde esperar el libro pequeñito y después la enciclopedia.
  Porque ella, la muerta, es la única palabra y también suma todo idioma. Aquí apunta el universo, habita la esencia, y no se necesitan traductores. Ahora que he pasado, siento que se pone de pie y acaso a los tumbos puede seguirme, alza la voz y me repite. Cuántas veces, pregunto, habré caído al pavimento.

(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Pablo Picasso (c)

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