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26 de marzo de 2019

Es un manifiesto




  Es un manifiesto esta resistencia; algo se niega a dibujar siluetas sobre el fondo. Compruebo que no hay buzos en emergencia, al menos por hoy. Y recurro a la antigua alianza del poeta con cinturas felinas y labios entreabiertos que estimulan la imaginación. ¿Quién puede distinguir realidad del corpus transcurrido, fluir de existencias? Sólo yo, aunque admito error y mutaciones, desgobierno al menos. ¿Cuánto hace que no me siento a contemplarle superpuestos al horizonte? ¿Cuánto que no grito desde ahogos mi delirio? ¿Tanto costará encontrarle un plano a la distancia? Estoy mudo, ciego y sordo bajo frondas de una infamia. El aire angosta, la marea sabe insípido. No hay mayor amargura que la de aquellas últimas palabras del maestro.
  Pasea su figura obesa por el jardín, dice. El poeta mayor. Al menos puede predicarle prodigios a la tierra. En cambio yo, también con grosor inesperable, me arrastro por 35 metros cuadrados de un sexto piso entre cristales de comunión incompleta y ladrillos inútiles para conjurar la polución. En treinta años más no estaré aquí; será cuando el océano cubra buena parte de la ciudad, y en la estructura que habito el agua llegue al menos hasta la planta tercera. Del primer nacimiento habrán transcurrido entonces –será verdad esta vez- más de cien años, y ya nadie recordará a mi padre cuya edad transfiguro en mí como prueba de efectiva herencia.
Un día después, pero aún antes del desguace


(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Perfil (c)

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