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12 de marzo de 2019

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  Winston Churchill supo oportuna esa niebla que le permitía caminar por las calles de Londres sin ser advertido. Intentaba alcanzar el hospital donde una de sus principales colaboradoras había sido llevada luego de que –por causa del fenómeno- fuese embestida por un bus. Al mismo tiempo huía de los requerimientos, tanto de la corona como de su partido, que intentaban persuadirlo de adoptar medidas en defensa de la población frente al flagelo.
  A la vez, el Primer Ministro supo de la muerte de su colaboradora y de la condición  asesina de la niebla, convocando a una conferencia de prensa que lo puso en el centro de la escena, como verdadero salvador, y  le permitió sumar aun mayor rédito político.
  El fenómeno desapareció en el mismo momento en que asistía a comunicar a Isabel II las medidas adoptadas. Artes de magia, verdaderamente.

En el invierno de 1952 las temperaturas frías descendieron más
de lo esperado para los londinenses. El 4 de diciembre pudo observarse una densa niebla, un fenómeno común allí. Pero sin embargo, esta niebla no era igual a la habitual. Fue tan densa ese día y hasta el 9 de diciembre, que las escuelas suspendieron clases, los conciertos
y espectáculos se cancelaron y el tráfico de autos se hizo imposible
por la reducción de visibilidad en toda la ciudad. Se trataba de una de las catástrofes que han pasado a la historia como referente de las
consecuencias de la polución del aire por la combustión del carbón en fábricas y en casas, común en ese entonces como calefacción para abatir las bajas temperaturas.
La gran niebla cobró la vida de al menos cuatro mil personas, a las que en meses posteriores siguieron ocho mil más.
Luego de la catástrofe, el Gobierno tomó alerta de la situación, y ya para 1956 el Parlamento Británico aprobó a Ley del Aire Limpio.
Londres, 4 al 9 de diciembre de 1952


(c) Carlos Enrique Cartolano. Recuerdos del Olvido, 2018

Ilustración: Niebla del 52

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