127.
Dice Roberto Bolaño, y apruebo en mí: De lo perdido, de lo dulce irremediablemente
perdido, sólo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana de mi escritura. Ahora escribo carne en mi recuerdo, y continúo viviendo en aquella
casa del gran patio trasero y entrada a través de un pasillo estrecho.
Me duele todavía esa única puerta que daba
paso a un corredor: sala de espera y consultorio odontológico de papá a la
derecha, la cancel al rematar el pasillo, para después: a la izquierda, la
puerta que comunicaba con el living comedor de los abuelos, y a la derecha, el
comedor diario y estar de mi casa. Allí había una radio, casi siempre
encendida, un hogar de leña que nunca se encendió. Sobre este, el reloj de
péndulo de mi tía italiana María Luisa, y el piano a su izquierda, donde mamá y
mi hermana desgranaban Scarlatti, los estudios de Chopin, y mucho más, cada
mañana. Todos los ambientes –los cuatro dormitorios, comedor y cocina– llevaban
por cristales y puertas al patio, al jardín y a la huerta. ¿Acaso habré perdido
algo de la casa de mi infancia? Solo una puerta, tal vez solo la puerta trasera
que aún le falta. La veré en mis sueños, la plantará el poema. Porque el arte de perder se domina fácilmente,
dijo Elizabeth Bishop y en mí hoy lo compruebo.
Cuántas veces, desde entonces, me dije: no es este el lugar adecuado para mi escritura, y hube de continuar buscando. Creo ahora haberlo encontrado unos veinticinco años atrás, cuando ya maduro, mis hijos habían crecido y recorté espacio y tiempo propios. Adónde fue todo lo que había perdido hasta entonces, y dónde lo que ya no recuerdo. Creo haber ganado mucho más de lo perdido; mi memoria es copiosa y reproduce diariamente.
(c) Carlos Enrique Cartolano. "Scherzo", 2021
Ilustración: Bill Viola (c)
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