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Salíamos del cine, como de otro mundo. Con otra ropa interior, porque
una realidad desconocida hasta entonces nos poblaba. No nos reconocíamos por la
voz, ni en los espejos. Por un tiempo nos veíamos en los personajes, en los
sueños; quizás solo ellos nos devolvían. Con
el tiempo maduramos, y entonces descubrimos en la lectura un efecto de
extrañamiento todavía mayor. Y llegó la escritura, germen del propio dios.
Películas que me
impresionaron cuando niñaba: Rashomón, de Akira Kurosawa -1950- y Los cuentos de Hoffman de Emeric Pressburger, Michael Powell -1951-, entre otras. Curiosamente, eran
poéticos los contenidos de ambas películas. En la primera, que volví a ver hace
muy poco, me sentía transportado lejos por la voz y las palabras incomprensibles
de la mujer violada. En la segunda película, realización inspirada en la ópera
del mismo nombre de Jacques Offenbach, me sedujo la muñeca mecánica Olympia, interpretada por Moira Shearer. La imaginación transcurrió después desde la facundia
natural hasta la belleza del sexo femenino. Fue en un tiempo, próximo a mis doce
años, y las primeras lecturas estuvieron relacionadas con las mitologías
greco-romanas, germánicas e indias.
(c) Carlos Enrique Cartolano. "Scherzo", 2021
Ilustración: Helmut Newton (c)
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