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Casi todos mis días son de la intertextualidad: cinco o seis
seguidos-seguidores en twitter, bastantes más en facebook; ellos son qué leo,
quienes me leen, la realidad multípara del poema. Reencuentros por la lectura,
presentaciones entre comunes asiduos, recortes de Sergio A. Giuliodibari, que
me permiten reescribir con sobrantes de la campaña anterior, recorridos,
descubrimientos en seis direcciones, aunque el latido continúe siendo monocorde.
Hoy
repetí tras la ausencia de Jorge Paolantonio querido: es posible la neblina sobre el aguaviva del entendimiento/ que un
domingo me levante y no sepa tu nombre/ ni qué hago en esta casa/ llena de recortes
y libros. Por cierto, también aquí flamean o arden fragmentos en paredes,
cajones, entre páginas de mis libros, en bastión de la memoria. Y otro lejano
Miguel Veyrat, desde Sevilla exclama: A
menudo/ la niebla me habita. / Con su abrazo rasga el fulgor/ a jirones de
miedo/ - ¡Ah de la lumbre!, porque también él presta Instrucciones para amanecer. Ya se ve que sea bruma, niebla o
neblina, es común el despuntar, que nuestros cantos vayan imperdibles al poema,
sean únicos pretensión y combustible en la adánica Babel que reconstruimos.
Nos
queda la emoción, gemidos, un abrazo o su recuerdo, para proseguir el día de
trabajo: eso sí no me hagas caso si lloro o te maldigo/no tiene caso dicen/ una vez
que el nubarrón está instalado/ sobre el aguaviva del entendimiento, ha
concluido Jorge. Y terminamos todos dispuestos, limpios para otro amanecer de
la escritura.
Mis guías en la escritura, estos tres geniales comunicadores de interior, que saben contagiar sus emociones, a despecho de tiempo y distancias. El poema es un viaje de solo segundos al punto más remoto en la galaxia.
(c) Carlos Enrique Cartolano. "Scherzo", 2021
Ilustración: Cultura inquieta (c)
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