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7 de abril de 2019

Antes tuve...




  Antes tuve un cuerpo entero: era el océano, regente del tiempo, la ausencia y las mareas. Antes desconfiaba del misterio; pretendía una sola profundidad de huella, el mismo peso en toda voz, lágrimas que midieran diámetro uniforme. Porque sin distinción sensaciones y objetos tenían precio, hasta soledad y cercanías. Y porque no estuve dispuesto a bañar mi deseo en medias tinas, no me conformaron carnes frugales ni evanescencia en las miradas. Creí que todo obedecía al orden de mi causa. Lo que podía rodar se desprendía y alejaba con facilidad; lo que entumecía tendía telas de araña y grumos del consciente. Los filos tajeaban la historia, en tanto las puntas romas cosquilleaban largamente demorando el corte.
  Antes no podía cargar con otro nombre, minimizar la falla, detenerme en medio del error. Me urgían condición y explicaciones, como roces del enemigo y loas, aunque sólo de los bien vistos. Antes admití la existencia del triunfo, oportunidad para la droga, la desigualdad, un coro desafinado, beneficio de usurpadores, la mixtura como regla y la desaparición del color puro.
  Hoy abro los ojos y sólo tengo medio cuerpo: un lago cristalino transparenta el fondo. Escucho llamados desde la orilla opuesta, cantos y fanfarria. Antes no supe ser amado. Antes estuve muerto.

Recupero a Huidobro:
“Por el camino de las hojas/ se van los ojos de la muerte”
-Exterior- últimos poemas- 

(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018

Ilustración: Ignacio Pinazo (c)


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