229.
Caen celajes de la memoria; el recuerdo ha
muerto, o en realidad jamás nació ninguno de esta especie. Se han cerrado las
fronteras, y al mismo tiempo se alza el límite social. Transcurro antesalas del
anónimo, y al tomar distancia pierdo el nombre, deja de interesarme el nombre
ajeno.
La suma de experiencias gravita con peso
muerto. Miro sin ver; palpo sin reconocer; huelo sin que me atrape el abismo.
No hay paraíso perdido ni posible; el infierno dejó de arder. El frío polar
penetra mis sentidos; me he sentado a esperar que el dolor cese, ahora que la
vertical de humanidad cede.
Los deseos hilan palomas en altura. Ellas,
incontaminadas, arrullan todavía. Pero ninguna echará a volar porque el
aislamiento prosigue.
En
mi infancia, la libertad consistió en cincuenta metros de fondo, con flores,
viña, gallinas y huerta. Las palomas eran entonces simples vigías en lo alto de
cornisas. Jamás me atreví a molestarlas. La primera vez que contemplé a una
muerta, piedra y honda tuvieron el nombre de mi amigo Jorgito. Después su mamá
la cocinó, y la comimos; pero allí, no había vuelo que cupiese.
(c) Carlos Enrique Cartolano. "Scherzo", 2021
Ilyustración: Alamy Stock Photo (c)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario