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6 de julio de 2022

12 de enero de 2020...


 

158.

  12 de enero de 2020. Ya estoy próximo a cumplir diez años escribiendo en la ciudad; aquí vivo por libre elección, y siento que es mi mundo. Presento en sociedad un libro, con seguridad digo: el más sincero de los que llevo publicados. En este tiempo estoy parado en una esquina –de Mar del Plata, aunque intersección presente en cualquier pueblo– donde se encuentran lo escrito con lo que me resta escribir, el proyecto con el transcurrido. Es lugar de lectura, un carrusel de lectores –algunos con rostros amigos, otros incógnitos, todos estimables– a quienes he dedicado cada línea desde hace sesenta años. Alguien dijo que todos somos inéditos; es verdad, pero agregaría hoy: se nos edita con cada lectura. 

  En este día alzo una plegaria terrena: que mi palabra sea semilla de nuevas palabras; las de resistencia, las de sobrevida, las del verdadero amor.

 

  ¿Quién, puesto a leer o escribir, no ha pensado en todo ello? El libro es cima del arte y la cultura. Para él nací, él me educó, y con él vivo. Tuve mi primera biblioteca a los siete años, aunque entonces compartida con mi hermana. Después, itineré con algunos o muchos libros a cuestas por diversos caminos; y tras múltiples mudanzas, siempre me resultaba definitorio el lugar para escribir, y las posibilidades de armar mi biblioteca.

  Y a propósito de biblioteca –y diccionarios de la lengua–, se me veda la conjugación de itinerar, y me proponen rutear, un verbo incómodo para oídos y preferencias. Considérese neologismo a mi anterior itineré.

(c) Carlos Enrique Cartolano. "Scherzo", 2021

Ilustración: Inmortales

 

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