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10 de noviembre de 2007

de LOS CANTOS VAN AL CANTO, Editorial Ergon, 1969




(1) de LA PITIA DE BUENOS AIRES

No ausencien los hombres sus pechos.
Yo soy el pulgar en la mano de Dios.

A mi alcance transcurren las cosas,
se gastan pronombres
y mi senectud.

Los años de sal apacientan
con santa pasión: las alas de un ángel,
el agua de un pez, de un hombre
los sueños que el cristal cuida
y relumbra al fin, el reloj
de un muerto
marcando la hora, finiendo funeral,
las hojas de un otoño inefable,
los dientes de Adán,
la luz del ciego que gime
destello de humanidad.

Sangran y sangran cosas sagradas.
Yo soy el pulgar en la mano de Dios.
Me transcurren. Ellas giran, enmudecen,
no las detendré.
Soy viejo, soy viejo:
confesión de calles una sola angustia,
ceguera de mí.

Identifico, acomodo, clasifico,
reproduzco:
las hay aquí en las ferias de Buenos Aires
abundan.
Basta que me invoquen y se las darán.


(5) de LA PITIA DE BUENOS AIRES

Yo tierra.
Yo no más que tierra
parado o sentado sobre la tierra.
Yo tierra:
sobre la gemas prestas
de sus semillas granas,
vuelvo a ser tierra.

(7) de LA PITIA DE BUENOS AIRES

Puede suceder en un café de Italia
y de Palermo,
en una taza de Corrientes o La Boca;
sólo un turbión de negros
entrecruces, perdones, piélagos
de ojos que anochecen
de ausencia.

Cunde el juego y el resorte
de ruidos, de quejidos
y de sombras con voces,
con ronquidos de sifón,
de eterno diente y de parada dulce:
ausencia y refrigerio.
¿Qué no haría
tras el relumbre pretencioso del cigarro,
por hallarme frente a frente,
soplo a soplo
con tu ausencia trasnochada?

(10) de LA PITIA DE BUENOS AIRES

Ya el corro interminado;
ya la vigilia que trastoca
la gelinita de un tren y su pasaje.

Compro las noticias
que van a tentar mi descanso;
descorro las tulipas blancas
de mi lecho sarcofagado
y me adelgazo con la pluma preparada.

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