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29 de octubre de 2011

El arte del alejandrino


 

por Julio Aumente

Paisaje con campanas


Son ya las seis y media y es domingo. Febrero
trae uno de sus días soleados y dulces
en los que ya se siente rozar la primavera.


Desde este mirador veo Córdoba: sus torres
y sus casas bañadas en el sol de la tarde,
con un silencio apenas roto por unos pájaros
o por llantos de niños en las casas cercanas.


A veces toda la ciudad vibra entera
y el aire es dulcemente rasgado
por la campana de un convento que toca a Vísperas.
Primero es el Císter, luego la Encarnación,
lejos se oyen apenas Santa Isabel y el Corpus.


Después viene el silencio a dominar de nuevo.
Por la campiña se vuelve el aire tenuemente violeta
y en la sierra los montes oscuramente azules,
¿acaso no es la tarde como una nueva aurora?
San Jerónimo cubre su perfil de naranjas.


Un rumor de caballos sube desde la calle.
Las campanas repiten su llamada insistente
y los pájaros huyen de las torres. El Ángelus
se extiende en toda Córdoba entre sol y silencio.


En la blanca azotea de un convento apartado
del mundo por ligeras celosías de madera,
una monja recoge las ropas ya secadas.


La última campana ha cesado. Imperceptiblemente
la tarde va dejando jirones de sí misma
en las cumbres más altas de Sierra Morena.


Lejos hacia Granada las luces van huyendo
y ni un rayo de sol queda ya en los tejados.


Los jardines ocultos van despertando al frío
y de un balcón oscuro surge un rumor de música.
La noche viene lenta casi como la muerte
que se espera, no llega y de pronto ha llegado.



Sarcófago de Córdoba

Allí se reclinó el cuerpo cansado
de aquel que buscó y no halló la absoluta belleza,
verde jardín que refresca el surtidor,
no más, no más sino dormir eternamente.


Filósofo abúlico o dacio mílite,
noble patricio o emperador divinizado,
en tan deslumbrador rectángulo de mármol
rosado mineral, tal si de Paros,
con luz lunar iluminada luce
vegetal o animado relieve caliente e inmortal
en cuya puerta, innominada, resquicio cierto incita
a traspasar el dudoso dintel ignoto.


Puerta indecisa que separa
sucio mundo presente de un más dichoso prometido;
Hades funesto así lo aceptas sin pavor alguno,
senda de luz y silencio abierta ante tus pies,
niebla acogedora te envuelve en tu mortal deceso,
esplendor evanescente que hace traslúcido el frío alabastro.


Sarcófago de Córdoba que en ti mismo devoras
cruel ciudad desdichada a la vulgaridad entregada con desidia.


Descansa ahora y luego resucites,
corta fusión perecedera,
para de ti volver, alta realeza,
polvo o aire, del agua, triunfal de nuevo en ti reconvertirme.



El poeta Julio Aumente (Córdoba, 1921-Madrid 2006) fue el más joven del grupo de poetas de Cántico. Formó parte del Grupo desde el primer momento junto a Bernier, García Baena, Ricardo Molina, Mario López, Ginés Liébana y Ginés del Moral. En la primera etapa de Cántico, Aumente publicó tres poemas y en la segunda, ocho, entre los que se encuentra un poema titulado "Paseo marítimo".

No terminan de convencerme los prólogos que Luis de Antonio de Villena dedica en Visor a los poetas de Cántico. El de García Baena está, además, repleto de erratas y da la impresión de que fue ejecutado con todas las prisas del mundo, como si ya estuviese cobijado tiempo ha en un cajón, expectante para el momento. Algo parecido le ocurre al prólogo que dedica a la Poesía Completa de Julio Aumente: su visión privilegiada termina en prepotencia erudita.

Claro, luego viene la poesía y toda muda, se trastoca. Después de los sonetos barroquizantes y gongorinos de El Aire que no vuelve (1955), puede leer uno El Silencio (1958). Aunque cambiante, la poesía de Julio Aumente empieza a contener desde este libro los temas que le preocuparán siempre. Me detengo en este libro porque habla de la soledad y la desolación, temas que lo acercan a Cernuda y a Machado. Articula su poesía alrededor de la dicotomía cernudiana de la realidad y el deseo, de los ambages y límites que impiden fecundar la plenitud del deseo. El deseo es el único que permite aspirar a la plenitud.

En la fotografía (circa 1948) de izquierda a derecha Julio Aumente, Pablo García Baena y Miguel del Moral 


4 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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