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26 de enero de 2011

V de Ocampo y de Woolf



25 de enero


Victoria ignoraba que en el propio cuarto
Virginia miraba con el catalejo de Fitz Roy
Por los ojos precoces de Darwin
Y con la premura violenta de Sir Francis Drake.

No sabía la generosa millonaria de igual género
Que la británica varias veces abusada y bipolar
Por lo mismo calcaba colonial abolengo
No podía comprenderla. Le escapaba

Prefería disimular obsesiones/ Su necesidad
Del hombre que en ella respiraba.

Las unía una distancia imperial. Sin embargo
En su otredad suramericana la del sur
No se llenaba de piedras los bolsillos. Sólo
Tapaba sus miedos con un armazón blanco.

Victoria comprendió a Virginia. Al punto
De presentarle ranúnculos por orquídeas o
Someterle el puñal de sus ojos como huevos
De bacalao. La Ocampo fue indulgente

Unilateral en amistad/ perdón y encomio
Como una sombra lejana en un país
Exótico que la fantasía de Virginia creó:
¿Seremos todavía ese invento inglés?

Pasados los años se encontraron
En la frescura del invernadero. Compartieron.

Es cierto que Victoria murió mucho después
Pero ¿Logró calmar su hambre americana
Por las suyas encontró la llave de Virginia?
No soltó su verba americana pese a Gabriela.

De Virginia me traen noticias los traductores
Y de Victoria poco queda. Quizás lo más valioso
Haya sido su valiente certidumbre
Del origen paraguayo en el lecho de Irala

Donde anidó Águeda la simple guaraní.

(c) Carlos Enrique Cartolano. De A ojo y de oídas, 2010-2011

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