Un guiñapo de lunes. El pichón caído no sé desde
qué alturas, cuando en este tiempo todo precipita en medio líquido o
transparencias. Lo dejo a la izquierda y paso. Pero la imagen sobrevive: las
plumas todavía escasas y el buche amoratado, la piel de noche por debajo, el
pico entreabierto vacío de intercambios, y el ojo clavado al extremo del
espanto, exangüe de miserias animales. Me quedo pensando en los pájaros del
séptimo. Palomas también anchas de alas, rodeaban aquel hábito mío: mirar el
mar (nada más corriente que eso y en ese lugar, aunque entonces buscara transformarlo en interiores). Siempre
la forma; indago en ella por asignarla a cuanto recibí, desde un fonema hasta
el amor. Creo posible poner, cambiar o romper la forma a todo. Hasta puedo
decir que por eso escribo. Quizás eso responda a la necesidad más legendaria,
lo cual además resultaría presuntuoso.
La
palomita muerta estaba lejos todavía del primer vuelo asistido. Paso a su lado
con respeto. Incorporo otro dolor. Me pregunto al cabo, a cuál de los arrullos
que poblaron mi balcón en primavera, responde la malograda. Si supiera a cuál,
con fecha, fotos quizás, con reportes del tiempo y crónicas de noticieros,
pienso. Si pudiera ver cuándo fue embrión fecundado este pichón, entonces
sabría a cuál de los poemas asignar qué arrullo y qué aleteo de seducción sobre
mi baranda. Podría darle forma a una muerte y nombre a la caída. Porque todas
las muertes son distintas y se llaman diferente.
La
palomita muerta es quizás ese poema, concebido con ella. Quizás él se debate
aún dentro del buche colorado, hormiguea por decir y echar el último suspiro.
¿Acaso los poemas mueren? ¿Quién les resta vida y los arroja desde muy alto
antes de que hayan aprendido a volar? ¿Tienen ellos dios de voluntad omnímoda?
Me pregunto si andan como yo, entre la gente común, necesitados de una palabra,
o en cualquier caso de la boca ideal, ese lecho de labios donde esperar el
libro pequeñito y después la enciclopedia.
Porque
ella, la muerta, es la única palabra y también suma todo idioma. Aquí apunta el
universo, habita la esencia, y no se necesitan traductores. Ahora que he
pasado, siento que se pone de pie y acaso a los tumbos puede seguirme, alza la
voz y me repite. Cuántas veces, pregunto, habré caído al pavimento.
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018
Ilustración: Pablo Picasso (c)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario