La
mano se contempla, observa lo maleable, asume mutaciones de palma y nudillos,
vuelve a deslizar sondas por las terminales nerviosas. Ve más allá de cuanto
toma y prende; recorre lo prensil de su historia, tanto como hollaron
dactilares. Extrema se mira aunque no ve, se llama con el nombre del rey de
mente-corazón, pero su esencia está en lo innominado. La mano siente y se
agita, grita y solloza, pero no es ella la sensible, sólo representa. Sube al
poema, se echa en él como un sudario, se sabe la sobreviviente pero olvida
rápido los nidos de ayer, las palabras que encendió, tanto que alcanzó a la
boca y los oídos. Dueña del pulso, siempre late para después.
Es mi
aprendiz de brujo, colma la mesa con bollos de papel, algunos son del viento y
otros pichones de un idioma perdido. Algo mueve la mano, la verdad planea al
cesar su vuelo y se sostiene entre mis dedos, se vuelve flexible, liviana,
espuma de lenguas. Extrema se contempla en la escritura -un espejo con nubes-, y
vuelve a arrepentirse. Después la voz del mago manda y lee; es de pájaros la
mañana.
19 de enero y Paul
Éluard, según Raúl Gustavo Aguirre:
“… lo que fue
comprendido no existe ya,/ el pájaro se confundió con el viento,/
el cielo con su
verdad,/ el hombre con su realidad”.
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018
Ilustración: Mariano De Blas (c)
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