Una bala
para la vida eterna del poeta,
dijo
Cocteau
1837
Se sostiene
que existe una tendencia en los artistas –particularmente en los poetas–, por
poner fin a su existencia, a través del suicidio. Es muerte que goza de fama
entre los románticos, pese a que de agradable o amorosa tiene bastante poco, ya
sea para quien pone fin a su vida, como para quienes quedan pendientes de su
desaparición física. Las razones más comunes son el desengaño amoroso en seres
hipersensibles, como son los artistas. O bien, la frustración por la falta de
resultados artísticos, hasta el sueño prolongado y una vida al margen de la
realidad, que necesariamente produce depresión. O la enfermedad incurable, como
sucede con el común de mujeres y hombres. Pero en muchas circunstancias, el
suicidio abre un signo de interrogación notablemente doloroso.
Entre
los métodos elegidos por los suicidas para saltar al otro lado, los más comunes
son las heridas inferidas con armas de fuego, mediante disparo a la cabeza, al
corazón –músculo preferido de la lírica–, o a la boca, imponiendo silencio al
discurso poético. Claro que en los últimos decenios el envenenamiento por gas y
la sobredosis fueron habituales en los suicidas.
A
continuación, una nómina de poetas muertos por mano propia que no agota los
casos habidos, y es por tanto simplemente enunciativa. Y al cabo, la particular
interpretación que hace Jean Cocteau, moderno príncipe de los poetas, del suicidio de Alekander Pushkin, aquí el
más antiguo de la moderna literatura. El
apetito de eternidad, quizás sea común denominador del suicidio poético, o no.
Alexander
Pushkin –Rusia, 1837, Herida por arma de
fuego–
Gerard
de Nerval –Francia, 1855, Herida por arma de
fuego–
José
Asunción Silva –Colombia, 1896, Disparo al corazón–
Ángel
Ganivet –España, 1898, Ahogamiento–
Gabriel
Ferrater –España, 1912, Ahogamiento–
Georg
Trakl –Austria, 1914, Sobredosis–
Francisco
López Merino –Argentina, 1928, Herida por
arma de fuego–
Vladimir
Maiakovski –Rusia, 1930, Disparo en la cabeza–
Florbela
Espanca –Portugal, 1930, Sobredosis–
Antonieta
Rivas Mercado –México, 1931, Disparo al
corazón–
Alfonsina
Storni –Argentina, 1938, Ahogamiento–
Leopoldo
Lugones –Argentina, 1938, Envenenamiento–
Marina
Tsvetaeva –Rusia, 1941, Ahorcamiento–
Jorge
Cuesta –México, 1942, Ahorcamiento–
Cesare
Pavese –Italia, 1950, Sobredosis–
Ernest
Hemingway –Estados Unidos de Norteamérica,
1961, Disparo en la boca–
Silvia
Plath –Estados Unidos de Norteamérica, 1963,
Envenenamiento por gas–
Pablo
de Rokha –Chile, 1968, Disparo al corazón–
Paul
Celan –Rumania, 1970, Ahogamiento–
Yukio
Mishima –Japón, 1970, “Seppuku” –
Alejandra
Pizarnik –Argentina, 1972, Sobredosis–
Anne
Sexton –Estados Unidos de Norteamérica, 1974,
Envenenamiento por gas–
Alfonso
Costafreda –España, 1974, Sobredosis–
Ana
Cristina Cesar –Brasil, 1983, Salto al vacío–
Pedro
Casariego –España, 1993, Arrojado al tren–
«Pushkin poseyó más que cualquier otro poeta el privilegio de fingir morir. La bala que lo mató le daba vida eterna en la tierra y en los cielos. Con una elegancia suprema, su obra, intraducible a fuerza de singularidad, atraviesa con soltura un mundo plural que considera cada vez más el genio como un privilegio aristocrático. En Pushkin, el gran señor y el hombre de pueblo se abrazan y componen el fenómeno propio por vencer los discursos terrestres. Reina por sobre las almas nobles, sin importar a quienes pertenezcan. »
(c) Carlos Enrique Cartolano. "Recuerdos del olvido", 2021
Ilustración: Francisco López Merino