La
primera retrospectiva reúne fragmentos olvidados, esos del borde crítico,
difíciles para el encastre. Entonces era el cuerpo que avisaba y fluían letras
en la piel, collares o cintillos de fuego. Después, los nombres repusieron
reinados al idioma y hubo marchas del acento, un memorial de corsarios, y filos
de guillotina para monarcas. Las palabras se asomaban a derecha e izquierda por
los hombros, había pálpitos de vientre y mentón, fiebre en cuello, pubis de
brasa. Por fin, mi pecho prestidigitó roces de lámpara y la boca partió a la
conquista, sujeta su lengua entre labios. Ella libertaria, portentosa en el descubrimiento.
Y todo
sucedió porque mi ojo derecho acordó con su izquierdo para espectar río abajo
cobrando piezas de caza hasta la noche. Estas mismas que hoy velo tras candar
el coto.
Cinco años después
cambiaron las cerraduras,
suenan quejidos
diferentes en las puertas, otras bocas arman sudestes
Ilustración: Lyubomir Sergeev (c)
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