el auriga
Pithagoras de Reggio, artista de la Magna Grecia, fue en su tiempo el
provocador que yo quiero de mí. Los excavadores recuperaron partes de su
oficio: Polyselos privado de su izquierda, aunque con derecha grácil al tomar
las riendas, los pies firmes en su antigüedad entregados a la memoria, el vuelo
del vestido anticipando carreras, la mirada de piedra parda incorrupta y fija,
tres patas pertenecientes quizás a sólo uno de los cuatro caballos, fragmentos de un cola para ahuyentar demonios,
el eje sobre el que afirmó movimiento el carro, y el brazo izquierdo del mozo
de cuadra que contuvo aquel día ansiedades equinas, pero que ya no sirve para
reponer el miembro faltante al auriga. Mucho vacío además, que el Museo
Arqueológico de Delfos intentó sostener con el sabio espejo de la historia: el
vínculo quebrado con el carro, las ruedas que faltan al giro y apoyaron firmeza
al personaje, la inquietud de los caballos, las crines siempre prometedoras de
ráfagas –blancas quizás- contendientes del tiempo, y la fisonomía del servidor
caído en profundidades de la noche. De todo ello, los museólogos trazaron un
dibujo del que se ufana Polyselos.
El
ethos, o valor moral, y el pathos, o emoción, persisten en la expresión del
tirano. Entonces se medía justicia con carácter e intensidad del golpe, tal
como ahora, apoyándose en rugidos de la multitud. Tal vez, como continúa
sucediendo, los resultados electorales y deportivos permitían interpretaciones
arbitrarias de la realidad, a espaldas de los intereses populares. Y la
religión cubría apariencias.
¿Cuántos tiranos continuarán bajo tierra, esperando la oportunidad de
retomar protagonismo? ¿Qué tormentos resta recordar para que la serpiente del
conocimiento resulte eternamente inofensiva?
En el 474 a. C, el tirano de Sicilia
Polyselos de Gela,
venció en la carrera de cuadrigas de
los Juegos Píticos,
que se celebraban en Delfos.
De acuerdo con el mito, dichos
juegos habían sido fundados por el dios Apolo
como un concurso poético, musical y
atlético para apaciguar
a la serpiente Pitón. Personas de
todo el mundo griego competían
cada cuatro años para lograr la
victoria y obtener
como premio una corona de laurel. El
Auriga de Delfos, por tanto, tiene
un carácter conmemorativo de la
hazaña que supuso
para el tirano vencer a otros hombres
en los juegos,
y también es un monumento para la
exaltación política personal.
A la vez, constituye un exvoto u
ofrenda a Apolo
en señal de agradecimiento.
La escultura de bronce de 180 cm de
altura, que representa al corredor
de un carro de caballos, fue
encontrada en el antiguo santuario
griego de Delfos en el transcurso de
excavaciones practicadas en 1896.
(c) Carlos Enrique Cartolano. Recuerdos del olvido, 2018
Ilustración: El Auriga de Delfos
(c) Carlos Enrique Cartolano. Recuerdos del olvido, 2018
Ilustración: El Auriga de Delfos
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