Trascendencia
o inmanentismo
1970
Una
inexplicable oscuridad brotaba del olor de la tinta al espesarse (…)
Había
percibido algo inexplicable en la fisonomía agonizante
de su
marido. Algo nuevo. Le sería dado, pues, resolver el enigma…
Yukio Mishima –Patriotismo–
En un
acto público que la poesía, como consigna y necesidad vital convocó, pregunté a las dos
panelistas –Silvina Vuckovic y Carolina
Bugnone–, ambas poetas, acerca de sus legados literarios, cuestión en la
que, asistido en este momento de mi vida solo por la más franca incertidumbre,
necesitaba conocer el parecer de mis colegas para intentar forjar opinión
propia. Supe que en ello, y en esta hora a todos, nos cabe un signo de
interrogación, lo cual ya dice bastante sobre el tema.
Sucede
que en mi bandeja de historias a utilizar había apilado días atrás textos
relacionados con la trascendencia en Yukio
Mishima (Tokio, 14 de enero de 1925 – 25 de noviembre de 1970), y una
traducción de su cuento, quizás el más interesante: Patriotismo. Interesante, como en toda literatura, porque es
autobiográfico y además anticipatorio, cumpliendo así –a mi entender– con el más encantador misterio de la ficción.
Porque siempre un conocer ordena la
escritura, para nuestro alumbramiento, y la revelación a cargo de la palabra.
El 25
de noviembre de 1970, Mishima, de 45 años, miembro conspicuo del ejército
irregular de autodefensa japonesa, o Sociedad
del Escudo, se autoinmoló ante sus propios soldados, mediante el seppuku –lo que los occidentales conocemos
como harakiri–. Yukio era un
idealista, también rebelde, extrañamente a la vez defensor de las tradiciones
milenarias del Japón, y destacado narrador, que estuvo a punto de merecer el
Premio Nobel en 1968. Por cierto, era el más leído en Occidente entre los escritores
de su país. Cuando Mishima estuvo nominado, se llevó el premio Yasunari
Kawabata, considerado el maestro de Yukio; aquel declaró entonces que el premio
debía haber sido otorgado a Mishima. Pero la Academia Sueca ya consideraba un
obstáculo que los candidatos profesaran ideologías conflictivas para su tiempo.
Y en esos años, Occidente culminaba su avance sobre Japón, y Estados
Unidos imponía allí la economía de mercado, forzando el olvido de las
tradiciones. El suicidio ritual de
Mishima, planificado durante dos años nada menos, era un testimonio de amor al
emperador, una exhortación a reconstruir las bases espirituales de su nación, a
apoderarla para su defensa –la consideraba un
arsenal sin armas–, y a quitar del territorio toda ingerencia extranjera,
así como sus consecuencias. Japón se
interesa solo por el dinero –había dicho–, y olvida su dignidad, el
heroísmo que lo caracterizó durante la reciente contienda.
Mientras la reconversión japonesa hacia occidente se profundizaba,
Mishima iba contra la corriente, deploraba su mala suerte después de haber sido
rechazado por sus antecedentes de tuberculosis, al intentar enrolarse en el ejército.
Deseó tanto intervenir como kamikaze
–el viento divino– de sus más caras
tradiciones–, y solo pudo colaborar en la industria del armamento.
Yukio Mishima se interesaba por su legado, no solo estético, sino
también ético. Por eso necesitaba testigos, quienes acreditaran el legado aun
judicialmente. Trascendencia era el propósito, aunque sus soldados, y los
jóvenes ahora próximos a la izquierda,
desoyeran el alegato final, así como un avance ante el inmanentismo
occidental que ganaba más y más espacio en Japón. Él era un idealista
aguerrido, difícil de conformar, y era también un pesimista existencial,
contrariado por los condicionamiento durante los primeros años de sus
existencia –Asistí a un banquete de
sinsabores, cuando aún no podía leer el menú, escribió–. Llegaré a ser en mi vida un poema, dijo y
dispuso morir con el ritual de los samuráis. Fue el primer seppuku, después de la rendición japonesa; todo un símbolo que legó
a las posteriores generaciones. Camus había dicho que el suicidio es algo planeado en el silencio del corazón, como una obra
de arte. Y Mishima lo planificó durante dos años, intentando reponer las perdidas ética y estética de la
muerte.
Dijo Carl B. Becker: Cuando en
Japón alguien muere con un estado firme de mente, a los que quedan no les
corresponde criticar eso o desear que la persona no hubiera muerto en esa
situación. Los que quedan deben respetarlo y no resentirse, rechazar ni
lamentar una muerte que a ellos podría parecerles prematura.
En suma, Mishima dejó un gran legado literario, una modalidad espléndida
en la narración, y la obra con que obtuvo la fama fue Confesiones de una máscara,
cuando contaba con solo veinticinco años. En ella justamente narró la
vida de un joven que no acepta el mundo en que le toca vivir y que no puede
integrarse a la sociedad de su momento. En las antípodas de Mishima puede
ubicarse al escritor japonés, que ahora alcanza notable fama, y que es
sempiterno candidato al Nobel: Haruki
Murakami. Porque mientras el primero pretendió devolver Japón a los dioses
lares, esos que corren con la sangre de cada uno de los nacionales, el otro, en
un escenario globalizado, se interesó por sorprender a occidentales y
orientales por igual. Una literatura de gran mercado, pero que muere en su
interior, dentro de sí, de muerte natural podría sostenerse, y sin mayores
consecuencias literarias.
El veintiocho de febrero de 1936, al tercer día del incidente del 26 de
febrero, el teniente
Shinji Takeyama, del batallón de transportes, profundamente perturbado al
saber que sus colegas más cercanos estaban en connivencia con los amotinados, e
indignado ante la inminente perspectiva del ataque de las tropas imperiales
contra tropas imperiales, tomó su espada de oficial y ceremoniosamente se vació
las entrañas en la habitación de ocho tatami de su residencia privada en la
sexta manzana de Aoba-cho, en el distrito Yotsuya. Su esposa, Reiko, lo siguió
clavándose un puñal hasta morir.
La nota de despedida del teniente consistía en una sola frase: “¡Vivan
las Fueras Imperiales!”. La de su esposa, luego de implorar el perdón de sus
padres por precederlos en el camino a la tumba, concluía: “Ha llegado el día
para la mujer de un soldado”. Los últimos momentos de esta heroica y abnegada
pareja hubieran hecho llorar a los dioses. Es menester destacar que la edad del
teniente era de treinta y un años; la de su esposa, veintitrés.
Hacía solo dieciocho meses que se habían casado…
Fragmento de Patriotismo, de Yukio Mishima
(c) Carlos Enrique Cartolano. "Recuerdos del olvido", 2021
Ilustración: Estética de la muerte