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Winston
Churchill supo oportuna esa niebla que le permitía caminar por las calles de
Londres sin ser advertido. Intentaba alcanzar el hospital donde una de sus
principales colaboradoras había sido llevada luego de que –por causa del
fenómeno- fuese embestida por un bus. Al mismo tiempo huía de los
requerimientos, tanto de la corona como de su partido, que intentaban
persuadirlo de adoptar medidas en defensa de la población frente al flagelo.
A la
vez, el Primer Ministro supo de la muerte de su colaboradora y de la
condición asesina de la niebla,
convocando a una conferencia de prensa que lo puso en el centro de la escena,
como verdadero salvador, y le permitió
sumar aun mayor rédito político.
El
fenómeno desapareció en el mismo momento en que asistía a comunicar a Isabel II
las medidas adoptadas. Artes de magia, verdaderamente.
En el invierno de
1952 las temperaturas frías descendieron más
de lo esperado para
los londinenses. El 4 de diciembre pudo observarse una densa niebla, un
fenómeno común allí. Pero sin embargo, esta niebla no era igual a la habitual.
Fue tan densa ese día y hasta el 9 de diciembre, que las escuelas suspendieron
clases, los conciertos
y espectáculos se
cancelaron y el tráfico de autos se hizo imposible
por la reducción de
visibilidad en toda la ciudad. Se trataba de una de las catástrofes que han
pasado a la historia como referente de las
consecuencias de la
polución del aire por la combustión del carbón en fábricas y en casas, común en
ese entonces como calefacción para abatir las bajas temperaturas.
La gran niebla
cobró la vida de al menos cuatro mil personas, a las que en meses posteriores
siguieron ocho mil más.
Luego de la
catástrofe, el Gobierno tomó alerta de la situación, y ya para 1956 el
Parlamento Británico aprobó a Ley del Aire Limpio.
Londres, 4 al 9 de
diciembre de 1952
(c) Carlos Enrique Cartolano. Recuerdos del Olvido, 2018
Ilustración: Niebla del 52
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