Dónde
recalan las imágenes de cinco días; esas que hubieran definido en escritura su
existencia, de haber estado atento. Existen acaso tuberías por donde transcurran,
ellas atraviesan enrejados, cuelan por colectores intermedios, se repatrían,
vuelven a la corriente del río interior para emerger más adelante –aunque
diferentes-. Preguntas que formulo al genio traductor, ese que suele habitarme
y al fin eyacula entre falanges para mayor placer del cristalino.
Y ahora
que lo digo: mi conciencia desposa a la mirada, fluye en creatura, aún antes de
que despierte el ejército de hormigas operarias (es otra pregunta). Acabo
consignando respetuoso: ¿hay una vista previa que resuelva en voz –nombre o
verbo-, como estallido de dianas con cada amanecer? Y fui acercándome
lentamente, casi a propósito, a la cuestión más gorda: ¿Acaso escribe el otro
antes de que yo arribe al consciente de mi nombre?
Fueron
cinco días para epílogos del año. Al cabo de ellos supe qué dejaría inédito,
sin atreverme a tender otro primer verso. Comprendo que hay distintas
autopistas para alcanzar conocimiento; diría al cabo de esta humanidad
prolongada, que con lectura alcanza y que el follón de originales no es sino un
acto de arrogancia. Como si el cuerpo fungiera en papel y tinta, como si en
verdad existieran plumas en la espalda, como si no fuesen tierra, fuego, agua y
aire los capítulos del hombre: origen, muerte, olvido y sobrevida. Como si
hubiese demonios impotentes, o demiurgos que no tendieran zarpas de odio.
Y otra
vez la pregunta se impone a la certeza. El mundo es este océano de respuestas y
se existe incompleto. El abrazo es suma imperfecta. Acaso sólo deje una puerta
abierta al que me sigue.
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018
Ilustración: Itzvan Sandorfi (c)
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