Setenta
y uno para otro más. Aquí llegué y estoy para comprender finalmente que no es
esa mi edad, ni este mi cuerpo, que el tiempo y el mundo son otra cosa. Nada
tienen que ver con los espejos, la primera plana de los diarios, ni las
pantallas de cuarzo, alguna agenda, o los reclamos de una red que se dice
universal.
Mi
tiempo (porque es naturalmente íntimo y transparente al resto) abreva en los
cuarenta y cinco, que cumplo a cada instante en que reafirmo la escritura: mi
huella en playa diaria, esa mutante sin cura.
Este
cuerpo mío, a salvo del decurso, tiene tapas de cartulina, folios, piel de
tinta, y en días de sol sale a picotear simiente por orillas del arroyo.
Entonces, es uno de esos gallitos pigmeos con plumas verdes, rojas, azules y
amarillas.
Y el
mundo, por fin, es ese de la mirada en tránsito, tan diferente al de ayer, o
quizás al de mañana.
En vísperas de
carnaval, son disfraces…
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018
Ilustración: Ingo Waschkies (c)
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