En
efecto, como sostuvo Vicente Huidobro, el mundo está en nosotros y no nosotros
en el mundo. ¿Acaso entidades diferentes según individuo, herencia cultural,
etnia, función social, sentido crítico, ojo y mirada? ¿Quién proclama “la
única” definición del mundo? Y me contesto: sólo quien define para satisfacer
sus apetitos económicos.
Un
campo de batalla. La población de muros y alambradas. Un laboratorio de ensayo
científico aunque mercantilista. Allí donde el amor es deseable y tal vez
posible. Un agujero donde esconderse. Cuanto queda luego del filtro religioso
(lo permitido, que resulta al deducir de lo posible múltiples prohibiciones,
casi ninguna justificada en naturaleza humana). La práctica del poder
económico. Aquí, cuando sucede la última restauración del mapa geopolítico, y
no sé aún si propicio para la vida. Lo que la contaminación va dejando a salvo.
Un coto de caza. El plano de la fuga. Y tantas, tantas más.
El
mapa, el territorio, la suma, el espacio entrambos acaso, inquiere Houellebecq
Michel, cuando insiste con su experimento artístico. El provocador francés
dijeron, como si no fuera toda literatura un conato de provocación. El
revolucionario pesimista, quien lleva el horizonte entre párpados, y por tanto
el único capaz de anticipar cambios y regresos al hombre que sonríe.
Arriesgo: nos habita un sistema de ventanas. La tarea consiste en abrirlas
de par en par; la sinceridad extingue los entornados cobardes. Desatar los
cambios a medias, creer a rajatabla en donaciones del cuerpo, incluyendo por
supuesto sus partes animales –las verdaderamente sagradas–.
La revolución, de
Huidobro a Houellebecq,
completa la mirada.
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018
Ilustraciones: Vicente Huidobro y Michel Houellebecq ...
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