Antes
tuve un cuerpo entero: era el océano, regente del tiempo, la ausencia y las
mareas. Antes desconfiaba del misterio; pretendía una sola profundidad de
huella, el mismo peso en toda voz, lágrimas que midieran diámetro uniforme. Porque
sin distinción sensaciones y objetos tenían precio, hasta soledad y cercanías.
Y porque no estuve dispuesto a bañar mi deseo en medias tinas, no me
conformaron carnes frugales ni evanescencia en las miradas. Creí que todo
obedecía al orden de mi causa. Lo que podía rodar se desprendía y alejaba con
facilidad; lo que entumecía tendía telas de araña y grumos del consciente. Los
filos tajeaban la historia, en tanto las puntas romas cosquilleaban largamente
demorando el corte.
Antes
no podía cargar con otro nombre, minimizar la falla, detenerme en medio del
error. Me urgían condición y explicaciones, como roces del enemigo y loas,
aunque sólo de los bien vistos. Antes admití la existencia del triunfo,
oportunidad para la droga, la desigualdad, un coro desafinado, beneficio de
usurpadores, la mixtura como regla y la desaparición del color puro.
Hoy
abro los ojos y sólo tengo medio cuerpo: un lago cristalino transparenta el
fondo. Escucho llamados desde la orilla opuesta, cantos y fanfarria. Antes no
supe ser amado. Antes estuve muerto.
Recupero a Huidobro:
“Por el camino de las
hojas/ se van los ojos de la muerte”
-Exterior- últimos
poemas-
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018
Ilustración: Ignacio Pinazo (c)
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