Borges
execraba cópulas y espejos, quizás perseguido por el daemon de la
multiplicación. Puedo comprenderlo. Pero cuando llego ocupado por murmullos de
la multitud, porque durante seis semanas me perforó sin pausa el idioma de distancias
(pregunto qué otra cosa es el poema), escucho a Cuttica Eugenio (1957: Buenos
Aires, Nueva York, Milán), próximo, a la vez distante, y agradezco la
repetición, esa plegaria. Él dice oración, que es murmullo devorando lejanías.
Y lo acusan de ilusionista, de buscar texto en wikipedia, de guglear el poder
femenino que aquí no encuentra, de copiarse del mar con las niñas de un oleaje
que no acaba en Mar del Plata.
No
puedo responder más allá de la sensación, que en mi piel brota todavía pese a
sumar diez años más que don Eugenio. Yo me quedo con las piernas de Anita, las
extremidades múltiples de anitas transparentes, iluminadas, huecas, desde
insinuación hasta evidencia. Y pregunto si esas piernas no son las del poeta.
Cuando permiten descubrir belleza más allá del trigal, del humo, o conjunto de
opinión, o paisaje remanido, exterior evidente digo. Acaso las piernas (con la
silla) son propietarias de la imagen, pregunto, y me respondo: el mirador y la
mirada, el ojo del dios que perdimos hace mucho, la oportunidad de levantarlo
con el cuerpo. En el mar, en el aire, en la palabra, o el color.
Cuttica en Mar del
Plata, al cabo
de otra compulsa
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras Imaginarias, 2018
Ilustración: Eugenio Cuttica (c)
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