Alguien
recordó el blanco mientras otro trajo el punto. Y en esto consiste, han dicho,
la existencia: ocupación y yermo, agua o sequía, atasco y vía libre: abigarrar
el texto o permitir paso campante a la palabra. Dije punto porque la coma, si
es que alguna vez tuvo existencia fuera del garguero y la expresión, hoy fue
digerida por un tiempo que difumina, evapora y hunde. Hay un mar en el lenguaje
y poco queda a flote; la razón alza salvavidas, mientras el poeta prefiere las
borrascas que llevaron a Ulises a la playa. Aun desnudo, aun descubierto por la
de hermosos brazos. En la cuenta de horas y días, me abisma febrero, el
impaciente, un dios que arroja a espesuras de brevedad. En la cuenta de horas y
días, me abisma febrero, el impaciente, un dios que arroja a espesuras de
brevedad. Por fin, digo, todo habla desde su deidad, expresa espera, la
necesidad, una última palabra que pinte en cuerpo y alma, hasta unión y
distracto. Cualquier saña es por un nombre, aun la de veinte compañeros que
Circe liberó, esos que después murieron en el naufragio mientras Ulises montaba
marejadas. Digo: los que eligieron entre punto y blanco, distinguieron espacio de
multitud, no entretuvieron sus consigos. Al fin tocaron la única palabra.
Blanco y entrega
disputan sus días,
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018
Ilustración: Marc Chagall (c)
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