Realidad.
Quién sabe. Mirada y su producto, la palabra: aquí todos pueden, pero antes
deben comprender. La ecuación estética, ese tumor alojado en el cerebro, es
distinto en cada cual, mantiene el tamaño de un grano de maíz, o se expande
hasta alcanzar ambos globos oculares. Shae De Tar, lo ha educado fuera del
cerebro, y lo ha prodigado, aunque cada noche vuelva a introducirlo al cobijo
de su natural evolución, lo amure cercano a las caricias de otras miradas
afines, prodigiosas.
Ella se
mueve del mainstream al vintage, reinventa surrealidad, sicodelia y lo sensual,
la verdadera regencia del corpus –su ser desnudo confronta-: brote en la
piedra, leño floreado, fuente del agua, parte de chispa y pluma, inversión de
color, migración aviar, semilla-flor-fruto-mujer. Qué de estas fotos sin la
mano de Shae De Tar, su pincel y su paleta.
Hoy
quedé pendiente de tres fotografías intervenidas por la artista. Así consisto
en los últimos poemas, esos de fin y cierre. Con la ya conocida sensación de
una potencia para expresar algo indecible, dilatado en tiempo y descampe.
Aunque con vínculos de lo generoso, múltiple.
En una de ellas, el cuerpo se reprodujo a
través del doble espejo, ofreciendo dos mujeres de piel y pelo azules y caras
casi tan rojas como la pintura de sus labios. Me he sentido absorto ante la
evidencia de la gemelitud presente en cada cosa, en todo recuerdo y toda sensación.
Por supuesto también en cada persona, como lo está en mí.
En
otra, el tacto sobre un cuerpo de mujer convenientemente cubierta, alcanza
dimensión fantasmagórica. De sombra, al menos. Se siente pesada esa caricia; el
deseo inyecta vida y muerte en dosis semejantes.
Y en la
última, acaso la obra que más despierte en mí, una mujer viste de blanco
transparente, atemporal. De pie, sin identidad porque carece de rostro, se ha
detenido de espaldas al agua, mientras la población de aves la rodea
invitándola a volar. Algunas especies parecen a punto de picotear el blanco
escaso que encierra el marco: me refiero al centro de la imagen, el cuerpo de
pie, inmóvil, atento a ciertas leyes de herencia y mutación.
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras imaginarias, 2018
Ilustración: Shae De Tar (c)
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