257.
Si dialogo
en sueños, lo hago con solo tres personas. Ninguna de ellas es próxima ya, pero
seguramente compartimos pendientes de hechos o palabras. Motores de la imagen
onírica son –al menos, en mi caso– el crédito y la deuda. Cuando se trata de mi
padre, muerto cuando yo contaba diecisiete años, vuelvo al momento en el cual
–él con los ojos cerrados, y en su cama de hospital– me pidió un cigarrillo,
que yo por pudor le negué, mientras el paquete de 43 negros con filtro quemaba en mi bolsillo interior. Papá murió
dos días después; entonces, le había contestado que fumar le haría mal, aunque
ahora creo que le hubiera resultado absolutamente placentero, que lo hubiera
liberado del dolor por un momento. Sueño entonces que le doy el cigarrillo, y
que después lo prendo en su boca, mientras él ha sacado su mano derecha de bajo
las sábanas, y me lo agradece en medio de un ataque de tos. He regresado a la
escena incontables veces; ahora que no fumo desde hace ya más de diez años, no
logro pagar la deuda, no puedo liberarme de aquella estúpida negativa. Y
continúo soñándolo.
Sé que debo matar esa culpa. Pero mis sueños no lo saben; ellos prosiguen adelante, como si la acción se desarrollara en un escenario sin tiempo y los asistentes a la función teatral tuvieran derecho al desenlace.
(c) Carlos Enrique Cartolano. "Scherzo", 2021
Ilustración: Mercado Libre (c)
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