Porque yo era la rima sin palabra
Y la rosa inhallable del ensueño
Que es inútil que cante o que se abra
Mientras no llegue el que será su dueño.
Leopoldo Lugones, Cancionero de Aglaura
–La íntima sinfonía-, 1928
Ella entra
Ella que corta mi espacio vital. Ella
Entra en mi contorno y acude sin llamado
Sube conmigo las ofertas/ Trepa
En los títulos. Sonríe con placer. Ella
Que obstaculiza con dulzor y suficiencia.
Ella media
Ella que media entre mis ojos y mañana
Celebra su jornada y arma la librería:
No hay libros sin mí supone en sus labios
Ella en silencio y sin mirarme sumergida
Conmigo en lírica ficción y ensayo.
Ella habita
Es una forma de leer y también cuela
A veces entre versos o entre párrafos
Ella mi sombra y mi antípoda y mi día
Final pero el primero y éste que madura.
De ella no se prescinde: habita.
Ella árbitro
Porque dicta y me lee y corrige y es
Ineludible su rigor sentada al escritorio
Ella atiende editores y lectores. Vende
Mi mejor parte y perdona las enfermas
Es mi rumbo y el camino mismo: Ella es.
Ella va en mi letra
Con ojos de caramelo o de azabache
La mirada fija insobornable y fiel es
Mi amor secreto confeso y público. Es
La suela y mis zapatos. Mano y pulso
Letra y tinta. Ella está en mis ojos.
Ella no me mira
Aunque pare en la otra orilla. En España
O Buenos Aires/ En México DF o en Lima
O aquí frente a esta vidriera. Porque ella
No me mira pero comparte mi otoñal pasión:
La de Lugones. Ha aceptado llamarse Aglaura.
© Carlos Enrique Cartolano. De Negro de hueso, 2012
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