por Walt Whitman
(fragmento)
I.
Canto de la tierra que gira y de las palabras que le van,
¿pensabas que esas eran las palabras? ¿Esas líneas verticales? ¿Esas
curvas, ángulos, puntos?
No. Esa no son las palabras. Las palabras sustanciales se encuentran en
el suelo y en el mar;
están en el aire, están en ti.
¿Pensabas que esas eran las palabras? ¿Esos sonidos deliciosos que
brotan de las bocas de tus amigos?
No. Las verdaderas palabras son más deliciosas que ellos.
Son palabras lo cuerpos humanos; miríadas de palabras.
(En los mejores poemas aparecen una y otra vez los cuerpos del hombre
o de la mujer, bien conformados, naturales, alegres;
cada porción de ellos es capaz, activa, receptiva, sin rubor y sin
necesidad de rubor.)
Aire, tierra, agua, fuego –esas son las palabras.
Yo mismo soy una palabra, junto con ellas –mis caracteres se
interpretan con los de ellas- aunque mi nombre no significa
Nada para ellas.
Aunque fuese pronunciado en tres mil lenguajes, ¿qué saben el aire, el
Suelo, el agua y el fuego, de mi nombre?
Una presencia saludable, un gesto amistoso o de mando, son palabras,
dichos, significados;
los encantos que encierran simples miradas de algunos hombres y
mujeres son dichos y también significados.
La configuración de las almas es obra de esas inaudibles palabras de la
Tierra;
los maestros conocen las palabras de la tierra y las usan más que las
palabras audibles.
Perfeccionamiento es una de las palabras de la tierra.
La tierra no se deja estar ni se apresura;
posee todos los atributos, crecimientos, y efectos latentes en sí desde el
primer impulso.
No es sólo bella a medias: defectos y excrecencias muestran tanto como
las perfecciones.
La tierra no se contiene; es suficientemente generosa;
las verdades de la tierra esperan de continuo; tampoco están muy
ocultas;
son serenas, sutiles, intransmisibles mediante libros;
todas las cosas están imbuidas de ellas y se comunican de buena gana,
transmitiendo un sentimiento y una invitación. Yo expreso y expreso;
no hablo; pero si no me oyes, ¿de qué te sirvo?
Engendrar, perfeccionar; a falta de ello, ¿de qué te sirvo?
Versión de Ediciones 29, Barcelona, España. 1992
Traducción de Pablo Mañé
Walt Whitman, patriarca de los poetas norteamericanos, nació el 31 de mayo de 1819 en West Wills, cerca de Nueva York. En los años de su formación ejerció de impresor, maestro de escuela primaria, periodista, librero y agente de propiedad inmobiliaria. Publicó la primera edición de su obra Hojas de Hierba en 1955: doce poemas sin título, un prefacio y el retrato del autor. La segunda edición, al año siguiente, incluía ya treinta y dos poemas y una carta de Emerson. Hasta 1860 llevó una vida absolutamente bohemia. En 1861, al estallar la guerra civil norteamericana –llamada de Secesión-, trabajó en los hospitales y en tareas administrativas; al término de la guerra fue despedido, porque sus poemas eran indecentes, en opinión de sus jefes. En años posteriores, se sucedieron las ediciones de su obra, hasta 1892 en que completó la última edición, llamada del lecho de muerte, antes del 28 de marzo de ese año, en que falleció. La gradeza de Whitman reside en el coraje y en la vitalidad de su obra. Fue lo más opuesto al hombre de letras porque por encima de todo quehacer formal, buscó que se viera su propia personalidad viva. Los desafíos de Whitman cubrieron, como se diría ahora, un espectro más amplio. Dijo: … yo, en verdad, no estoy a favor ni en contra de las instituciones. ¿Qué es lo común que yo tengo con ellas? ¿Y qué tengo que ver con su destrucción? A veces se lo ha considerado como el cantor que ponía música a la belleza de la anarquía expuesta por Thoreau. © Biografía incluída en la edición española –Ediciones 29, Barcelona, 1992.
1 comentario:
Qué inquietante que la mayoría de las grandes voces han sido, en algún momento, acalladas...
Hermoso este fragmento de Whitman.
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