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Mi cuerpo se alza sobre dos piernas aferradas
a la evolución. Ellas flaquean tras el paso largo, y bajo aceleración de
palpitaciones. Sobre tales columnas: el sexo dormido durante lapso prolongado,
y un vientre dos veces perforado, sensible al roce y del que todo contenido
intenta fugar hacia el exterior y las galaxias. Pese al vuelo verbal, este es
tiempo de alas breves incapaces de sostener el esqueleto más allá de un
instante de gloria. Mis manos duelen en cada articulación; confiesan la torpeza
del desuso, y solo sirven –como ahora mismo– a la hora de teclear. Le son negadas
caricias a mis extremidades superiores, como así a unos labios, secos y con
frecuencia ampollados. Y mi cabeza: ¡qué decir de ella!, siempre en hervor,
siempre acompasando al órgano cordial, incapacitada de corridas y entrega.
Cabeza abajo: ella vuelca por accidente y se derrama en angustia y llanto.
Confieso el crepúsculo. Aunque busco aún satisfacer deseos. Me detengo al descubrir la belleza en cada imagen. Mi existencia consiste en intermediar las artes.
(c) Carlos Enrique Cartolano. "Scherzo", 2021
Ilustración: Imogen Cunningham (c)
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