Hoy me alcanzó Ariadna,
la de sueño fácil y mágico despertar. Dicen que cuando se durmió por última
vez, a finales de 2010, su piel atendida volvió a lozanías del carrara
original. Tal, la restauración que le permitió yacer con ella misma, devuelta
de una suma de fragmentos. Sé que su primer sueño la atravesó mientras esperaba
en la playa de Naxos aprestos de Teseo, y nuevamente cuando sabiéndose
abandonada, la sedujeron abrazo, ternura, bebida y candores dionisíacos. Ignoró
invasiones, mudanzas, guerra sinfín, represión religiosa y oprobios del
maltrato romano, hasta que la despertó Cristina de Suecia –el triunfo de una
mujer entregada a ciencias y cultura, con la que pudo dialogar en ocho idiomas,
trazar mapas terrenos y estelares, volver a modelar para artistas-. Y
nuevamente fue despierta en manos de Isabel Farnesio de Parma, por justificar
su imperio femenino. Dormida en El Prado, ambos brazos la protegen aún de
sobresaltos por tanta existencia enamorada del blanco de su carne transparente,
al cabo de mil novecientos años.
(c) Carlos Enrique Cartolano. Pajareras Imaginarias, 2019
Ilustración: Ariadna dormida
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