Era preciso ocupar las manos, los dientes o sabía dios
qué; había que llenar
en algún sitio un agujero que no tenía nombre. Yo
sabía el nombre de sobra
y hubiese puesto a gusto mi cabeza en el tajo con
tal de que no se tratara del amor,
como creía Simone, sino de algo mucho más turbio e
indefinible,
de una escapatoria, siempre la misma. De ese deseo
de volver la espalda
a la
realidad, de perderse, de destruirse, de lo que era tal vez,
muy en el fondo, la atracción de la muerte.
Christiane Rochefort, El reposo del guerrero
si
existir consistió en estar atento/ no en cuanto medie:
en
la escucha misma mi sentido y ápice de esto que yergue
y
parte/ ahora lo veo todo es cuestión de timbres
repiques
que arriben prontos al oído/ metales cristal
vibráfonos
chicharras
que
existe la voz/ las voces me buscan casi siempre bien
los
sonidos de este lado/ del consciente digo
de
eso que despierta con ritmo en la belleza el motivo
la
brizna un polvo remoto nombrado al nivel del mar
aunque
parezca previo/ material de otra memoria
estoy
decidido: es hora de cambiar el timbre/ de oír
©
Carlos Enrique Cartolano. Patriapalabra, 2016
Ilustración: Javier Caula
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