por Jorge Leónidas Escudero
El relincho (Guanaco Jefe)Paró pata en la cumbre reinadora
y miró por el tiempo de sus hembras;
copó al viento, le puso contraseñas
y lo volcó en las cuestas azulinas.
De cogote cruzado con las nubes estuvo,
antojo de ser luz, pegado al cielo.
Corazón de algo grande parecía
diminuto en la mano de una peña.
Del alto nacedero de sus ojos, la nieve
colgaba derritiéndose para formar los ríos;
los pastos amarillos caían de su pecho
saltando las quebradas rumbo a las vegas verdes.
Y enhorquetó de pronto un eco en las orejas:
entre los farallones la piedrita movida.
Dio una vuelta en redondo, avizoró
de frente y así entró por el ojo de la carabina.
Lanzó un relincho azul, morado y negro;
le chispeó en el codillo abierta rosa;
sorprendido en secretos con su ángel
entró al revolcadero de la sombra.
Huyeron las guanacas por las crestas;
hilaron con su lana los abismos;
y la cumbre quedó sin corazón arriba,
como un grito en la nada, sólo piedra.
Sobre la ruta del oro
Es que estaba ordenando los papeles
que uno guarda prolijo y pospone
hasta ocasión propicia mientras sueña
días de gloria.
Encontré su carta que escrita
por Aniceto Paredes me invitaba
si quería compartir sus minerías
viajara a Valle Fértil
Pero años pasaron hasta que voy
finalmente a ver al amigo. Sale
un criollo comedido diciéndome descanse,
el hombre que usted busca hace a montones
oro en el infierno.
Y agrega:
Fue puro cuenterío ese Aniceto,
y no pudiendo aliviar su pobreza
pasó a difunto
donde más mentiras ya no puede.
Emprendo el regreso, pronto en casa
mi mujer grita:—¿Y? ¿Estamos como siempre?
—Silencio—le contesto—,
hemos tenido años de esperanza.
Invierno
En canto ella me soslayo miró
bajó la vista y yo también en cuanto
la miré bajé ojos.
Llegó el mozo e un vaso de vino pedí, ella
pidió no sé.
Entonces nos miramos, pero sin saludo,
como a distancia de tres mesas, mudos
como correspondía. ¿Y? Bueno,
para qué.
Tomé un trago y en cuanto
hacía frío de tiempo lógico
salí de haberla visto haciéndome el duro,
esforzándome para no renguear.
bajó la vista y yo también en cuanto
la miré bajé ojos.
Llegó el mozo e un vaso de vino pedí, ella
pidió no sé.
Entonces nos miramos, pero sin saludo,
como a distancia de tres mesas, mudos
como correspondía. ¿Y? Bueno,
para qué.
Tomé un trago y en cuanto
hacía frío de tiempo lógico
salí de haberla visto haciéndome el duro,
esforzándome para no renguear.
Azafrán y Cinabrio Ediciones acaba de publicar en México una antología poética de Jorge Leónidas Escudero. Con prólogo de Benjamín Valdivia, la antología titulada Le dije y me dijo, incluye 118 poemas incluidos en 16 libros editados por Escudero desde 1970. En esta nota, el prólogo que escribió Valdivia.
Imagen del que busca
Jorge Leónidas Escudero (San Juan, Argentina, 1920) nos presenta siempre la imagen del que busca. Ya sean recuerdos, detalles de la sensación, circunstancias naturales, voces o cualquier otro ademán de la vida, es constante su referencia a lo posible, y hasta lo apartado y lo oculto. Sus poemas, por tanto, semejan mapas; y su obra puede percibirse como una cartografía de lo que se pudiera alcanzar o, vista ya como cosa escrita, una bitácora del indescifrable transcurrir humano. Terciados por las andanzas mineras que por su comarca nativa realizara el autor, los versos le han sabido a luz de averiguar. Así, cada poema resulta una pregunta por el sentido de lo que se persigue. Reconoce que sabemos de qué modo allá nos espera la puerta de salida. Lo que ignoramos es si acaso el tesoro perseguido estará alguna vez en nuestras manos; o si estuvo ya en nuestras manos y lo hemos dilapidado sin enterarnos que se trataba de un tesoro.
Ante la certeza del final y la ambigüedad del oro, la vida se aprecia como un juego de azar. El poeta mismo se ha visto, en su biografía material, como un jugador aterido por la doble emoción de las apuestas: el sueño de ganar y la realidad de las pérdidas. Altura y desastre a la vez, el vivir quiere hacer su balance y lo tiene, ampliamente depositado en la página, en los libros de Jorge Leónidas Escudero. En ocasiones es un guiño, pero también llega a ser la descarnada evidencia de un abandono o la certidumbre de un instante en que el mundo halló su expresión total.
Por todas partes de esta antología de sus cerca de veinte libros publicados en las últimas cuatro décadas (Escudero comenzó a publicar su poesía sólo hasta los cincuenta años de su edad) se abren atisbos de comprensión: permanece el afán de comprender, desde el sencillo girar del aire hasta el oscuro aislamiento del hombre, sus ridículas pretensiones o la paz agria que se adquiere en la resignación; momentos en que se fue feliz inopinadamente a las altas banderas del amor que nos hubieron hecho regidores de un territorio inabarcable. Y todo ese entender se funda en las músicas verbales, secretos que el poeta restriega con un mucho de sol y el agua de varias temporadas.
La eficacia de la poesía de Jorge Leónidas Escudero estriba en conducir el poema al modo de un relato sometido a sus elementos más fundamentales: el poema tiene que ver siempre con acontecimientos, cosas, animales recónditos o sueños salvajes, pero traídos a comparecer en una plaza de claridad. Sin embargo, el poema no se reduce al relato como harían los escritores prosaicos, sino que se levanta el universo del ritmo y la sintaxis para obligar al discurso a ceñirse a ese misterio básico de la poesía: la síntesis alusiva. El poema resulta ser en este autor como un paréntesis de interrogación, el cual nos insta a capturar lo que no estaba (lo que no está) dicho en la materia de lenguaje manifiesta en la página. Por ejemplo pongamos el golpe de la bala en la pata del guanaco: “le chispeó en el codillo abierta rosa”; o la decisión activa de alcanzar lo que nos es preciso: “porque cuando hay necesidad de un tesoro / hay que salir a buscarlo y eso es todo”; y hasta en la descripción misma se agrupan modos del decir inesperado: los muertos “Todos tienen las manos enguantadas / con hueso puro y cabellera untada”. Es toda su obra un vértigo de transparentes remolinos que nos infunden ánimo de captación sensible más allá de lo acostumbrado.
El despojamiento de una sintaxis apretujada también distingue su poesía. El objeto y su evaluación se cifran en una sola palabra, como es el caso del día que fue doloroso y aparece abigarrado en el solo vocablo ‘dolor’: “Cierto dolor andaba yo el parque”. No cierto día doloroso sino “cierto dolor”. Pero su velocidad semántica también está incidida de aliento poético, pues podemos leer: yo, dolor cierto e irrefutable, andaba el parque. De tal forma se acumulan las potencias de la significación en tan breve espacio que la imaginación atónita se abre hacia mundos indecibles, lo cual es la fruición última de toda poesía. A veces nos sorprende con recortes fonéticos o semejanzas escritas desde el habla de su región. Por la pronunciación necesaria, un hombre engañoso se convierte en un “hombre engañoso”; el maligno deviene “el malino”; y varios vocablos se apostrofan a su dicción para forjar con la partícula en su equivalente ‘n y el reflexivo me se vuelve m’: “porque n’ese lugar caí igual” y “escribo, m’encaramo en las palabras”. Y así seguiríamos en la revisión de sus puntuaciones, rimas, el sonar fonético, un cierto quebramiento de palabras como al estilo germánico y muchas otras consideraciones de técnica gramatical con alcance poético que sería excesivo abordar ahora.
Quizás lo que designa a este poeta es el viaje. Como él lo titula: Viaje a ir. Ya sea para perseguir una mina de oro o para andar abandonado en el barco (el banco) de la plaza, lo que ha encontrado el poeta es que la inmovilidad no es vida, incluso no existe en el pasmo y sólo se siente la quietud cuando el corazón se atora. Pletórico de ironía, pero también de compasión, Escudero nos comparte la riqueza de sus hallazgos naturales. Igualmente, nos indica el camino: el riesgo. Arriesgarse, salir a buscar, hacer el viaje a ir. La vida es juego en el que está latente a todas horas el riesgo del oro, la posibilidad más auténtica de ganar o perder eso dorado, que, desde luego, no es un mero mineral.
Si pensáramos en tres palabras que condensaran (aunque injustamente como lo son todas las reducciones) la obra vasta de este poeta, yo anotaría las siguientes: magia, imaginación, trascendencia. Mi apuesta —en este juego hay ese riesgo— es que todos y cada uno de estos textos otorgados por Escudero crean en el lector una sensación única trenzada de esas tres cosas mencionadas.
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