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8 de julio de 2011

Dos poemas




por Wallace Stevens

Dos figuras en la densa luz

Tanto valdría ser abrazada por el portero del hotel
como no recibir del claro de luna
nada más que tu húmeda mano.

Sé en mis oídos la voz de la noche y de la Florida.
Emplea sombrías palabras y sombrías imágenes.

Oscurece tu lenguaje. Habla, todavía, como si yo no te oyese hablar,
pero hablaste para ti perfectamente en mis pensamientos,
concibiendo palabras

como la noche concibe en silencio los so nidos del mar,

y con el zumbar de las sibilantes compone una serenata.

Di, pueril, que los milanos se acuclillan en el palo de la tienda

y duermen con un ojo observando las estrellas
que caen detrás de Cayo Hueso.

Di que las palmeras son diáfanas en un azul absoluto,

son claras y son oscuras; que es noche;
que la luna resplandece.

Versión de Alberto Girri


Two Figures in Dense Violet Light

I had as lief be embraced by the portier of the hotel

As to get no more from the moonlight
Than your moist hand.

Be the voice of the night and Florida in my ear.

Use dasky words and dusky images.
Darken your speech.

Speak, even, as if I did not hear you speaking,

But spoke for you perfectly in my thoughts,
Conceiving words,

As the night conceives the sea-sound in silence,

And out of the droning sibilants makes
A serenade.

Say, puerile, that the buzzards crouch on the ridge-pole

and sleep with one eye watching the stars fall
Beyond Key West.

Say that the palms are clear in the total blue.

Are clear and are obscure; that it is night;

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A un viejo filósofo en Roma

En los umbrales del cielo, las figuras de la calle
tórnanse figuras del cielo, el majestuoso movimiento
de hombres empequeñeciéndose en las distancias espaciales,
cantando, con un tono cada vez más bajo,
una ininteligible absolución y un fin.

La entrada, Roma, y más allá la otra Roma, más piadosa,

similares las dos en su ser espiritual.
Es como si en una dignidad humana
dos paralelas se unieran, una perspectiva de la cual
son partes los hombres en la pulgada y en la milla.

Qué fácilmente las banderas al viento se transforman en alas.

Oscuras cosas sobre el horizonte de la percepción
tórnanse en acompañamientos de la fortuna, pero
de la fortuna del espíritu, más allá del ojo,
fuera de su esfera, y sin embargo no tan lejos,

el humano fin en el logro más grande del espíritu,

el extremo de lo conocido en presencia del extremo
de lo conocido. El confuso murmullo del vendedor de diarios
conviértese en otro murmullo; el olor de las medicinas,
una fragancia que no se disipa…

El lecho, los libros, la silla, los pasos de las monjas,

la vela que rehúye la vista, ésas son
las fuentes de la felicidad en la forma de Roma,
una forma dentro de antiguos círculos de formas,
y éstas debajo de la sombra de una forma

en una confusión en el lecho y los libros, un presagio

sobre la silla, una móvil transparencia sobre las monjas,
una luz sobre la vela arañando el pábilo
para unirse a una vacilante perfección, para huir
del fuego y ser sólo parte de aquello de lo cual
el fuego es el símbolo: el celestial posible.
Háblale a tu almohada como a ti mismo.
Sé orador, pero con un lenguaje cuidado
y sin elocuencia, oh adormilado,
de la piedad que es el recuerdo de este cuarto,

de modo que percibamos, en este gran iluminado,

lo minúsculo verdadero, y cada uno de nosotros
puede reflejarse en ti, y oír su voz
en la tuya, maestro y lastimoso hombre
atento a tus partículas del hacer terreno,

tu sopor en las profundidades de la vigilia,
en el calor de tu lecho, en el borde de tu silla,
vivo, pero viviendo en dos mundos, impenitente,
en uno, contrito en el otro,
impaciente por la grandeza que necesitas

entre tanta aflicción; y sin embargo hallándola

sólo en la desgracia, el soplo de la ruina,
la honda poesía de los pobres y de los muertos,
como en la última gota de la más escondida sangre,
como brota del corazón y yace allí para ser vista,

así como la sangre de un imperio, podría ser,

para un ciudadano del cielo aunque todavía de Roma.
El idioma de la pobreza es el que más nos penetra.
Es más viejo que la más vieja lengua de Roma.
Este es el trágico acento de la escena.

Y tú, tú eres quien lo habla, sin articularlo,

las sílabas más excelsas entre las cosas más excelsas,
el invulnerable entre rudos capitanes,
la desnuda majestad, si lo prefieres, de los arcos
de nidos de pájaros y bóvedas salpicadas por la lluvia.

Los sonidos penetran. Recuérdanse los edificios.

La vida de la ciudad nunca reposa. Tú no lo quieres.
Eso es parte de la vida en tu cuarto.
Sus cúpulas son la arquitectura de tu lecho.
Las campanas repican sin cesar nombres solemnes

en coros y coros de coros,
negándose a que la misericordia sea un misterio
del silencio, y a que cada soledad del sentido
pueda darte más que sus peculiares acordes
y las reverberaciones adheridas en un susurro.

En una especie de magnificencia total en el fin,

con cada cosa engrandecida y sin embargo
no más que una cama, una silla y pasos de monjas,
el teatro más inmenso, el pórtico sostenido por columnas,
el libro y la vela en tu cuarto ambarino,

magnificencia total de un edificio total,

elegido por sí por un inquisidor
de estructuras. Se detiene en este umbral,
como si el esquema de todas sus palabras tomara
del pensamiento forma y marco y fuese concretado.

Traducción: Alberto Girri

Buenos Aires, CEAL, 1988




Wallace Stevens. Poeta norteamericano nacido en Reading, Pennsylvania, en 1879. Hijo de un prestigioso abogado, tuvo acceso a una esmerada educación en Reading Boys' High School, en Harvard College,  y posteriormente en New York Law School, donde se graduó como abogado en 1903. Aunque algunos de sus mejores poemas están contenidos en "Harmonium" 1923, "Ideas de orden" 1935, "El hombre con la guitarra azul" 1937, y "Las auroras de otoño" 1950, sólo fue reconocido internacionalmente cuando publicó los "Poemas completos" en 1954. En 1946 fue aclamado por el Instituto Nacional de Artes y Letras. Entre los galardones obtenidos merecen destacarse  el  Premio Bollingen  1950, y los premios Pulitzer y National Book Award en 1955. Falleció, víctima de un cáncer en agosto de 1955.   © Amediavoz.com.

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