embarcado
hoy antes después
En la
íntima soledad de la observación, cuando el nombre significa antes tiempo y
espacio ocupados que antecedentes -razón de la venda y del dolor en la cabeza-,
comenzaron a sonar las ametralladoras hace escasos minutos. Se trata de oleadas
sucesivas de hombres, y casi no cuentan bandos ni edades, primera o segunda
invasión a los franceses, amigos liberadores o enemigos ocupantes. Es una
cuestión de letras: D por day y día, pero también por dead, que significa
muerte, simplemente D por demonio que es demon y dämon, y curiosamente doble D cuando alude a los
anfibios preparados para un desembarco de espaldas cuidadas. Era de mañana y el
guten morgen remedó una posible buena muerte, no supo para quién. Lo
consideraron “un tesoro que no podía ponerse en riesgo” y lo dejaron ahí para
que testimoniara su observación y después escribiera como solía hacerlo, y
quizás fabulara más allá de la realidad con su particular opinión sobre la
cacería de hombres, más apasionante por cierto que la de animales. Él es una
cuestión de vida y muerte, una primera cabeza de playa, una segunda frontera,
cuando fuera de borda comienza a sonar el enfrentamiento.
Pero es
también una cuestión de número porque eso fue lo que definió desembarco y
batalla, y porque la cantidad define al espíritu occidental, y también a
quienes serán los vencedores. 1: Un metro bastaba para frenar las balas de las
cremalleras de Hitler en el agua. 3: En tres veces superaba la fuerza aérea aliada
a la alemana; tres metros era la distancia máxima entre las defensa que había ordenado
colocar Rommel en las playas del desembarco. 5: Cinco fueron las oleadas
sucesivas de las divisiones aliadas; cinco las ametralladoras Mg42, en los
bunkers de la defensa; cinco las casamatas de gatilladores, médano o malecón
arriba; no fue el mes cinco o mayo, porque no finalizaron los preparativos ni
tomaron cuerpo las mentiras radiadas a los alemanes, y no fue el cinco de junio
porque el mal tiempo suspendió la operación overlord. 6: Es y fue el seis de junio, porque mejoró
el tiempo aunque el mar hoy continúe revuelto, vuelve a pensar el hombre con la
cabeza vendada, solo en la barcaza que puede ser su razón de vida o el sitio
para recibir la muerte. Digna, jamás. 8.
Ocho veces visitó Estados Unidos el gatillador-cronista-envejecido alemán Franz
Gockel. 12. Doce fueron los barcos que sirvieron a distancia en la operación, y
sólo cuando finalmente se superaron la líneas alemanas comenzaron el cañoneo,
allí donde el hombre solo en el mar que no pesca sino que observa y escribe
habrá de volver al fin del día. 18. Entre dieciocho y veintidós se estimó la
edad promedio de los combatientes esa mañana, un tiempo antes para vivir que
para la muerte, por cierto, reflexiona el hombre que no tiene edad. 21. Veintiuna
fueron las divisiones del ejército aliado, que esta mañana se desparrama ya por
muerte y playas en clave: Utah, Sword, Omaha. Son estadounidenses, británicos y
canadienses. 27. Veintisiete tanques doble D terminaron hundidos sin entrar en
combate. 29. Sólo veintinueve anfibios se botaron descreyendo de la severidad
climática. 33. Eran treinta y tres los tanques DD que se habían transportado a
la escena del combate. 66. Seis de junio o sesenta y seis, número diabólico
piensa otra vez el observador, y apunta. 100. El cien por ciento de los
proyectiles aéreos aliados fallaron y cayeron tras las líneas de
ametralladoras, bastante antes del desembarco; por eso la resistencia amenaza
cruel fatalidad a esta hora de la mañana. 300. Trescientos paracaidistas
perecieron ahogados debido a inundaciones, resultado de las tormentas de días
anteriores, o por decisión estratégica de la defensa alemana. 2.000. Dos mil
fue el número oficial de víctimas aliadas del día D, pero esa es una cifra
urdida por la propaganda de los vencedores.
2004. Dos mil cuatro el año en que Franz Gockel levantará una cruz de
madera en el exacto lugar que ocupa su casamata de gatillador. 2005. Dos mil
cinco el año de la muerte del cronista arrepentido mencionado en el número
anterior. 4.000. En cuatro mil se estimaron finalmente las bajas aliadas del
desembarco en Normandía. 12.000. Doce mil son los defensores de la ocupación
alemana en Francia. 13.000. Trece mil fueron los paracaidistas aliados que
ahora flotan mañana arriba. 19.890. Diecinueve mil ochocientos noventa fueron
los civiles franceses muertos por los bombardeos ese día, a los que se suman
ahora quince mil exterminados y diecinueve mil heridos, en ambos casos por las
acciones aéreas previas. 20.000. Veinte mil había sido el límite de bajas
militares previstas por la operación aliada overlord. 34.000. A treinta y
cuatro mil hombres se alistó para el día D. 1.100.000. Un millón cien mil
hombres movilizó Estados Unidos de Norteamérica en la Segunda Guerra Mundial, que
un futuro no muy lejano juzgará como conquista de Europa, o Guerra Santa, o primera
cruzada económica del siglo veinte.
Es
también una cuestión de nombres mezclados con números, claro, porque este día
será explicado con nombres, según pasen los años. Por cierto:
Bernard
Law Montgomery, el caudillo británico, está perdido en la miseria de su
egolatría, piensa en su imagen más por la apariencia que por las acciones, y
cree que todo lo que hizo y hace es necesario para gloriarse mañana.
Dwigh
David Eisenhower, el general estadounidense que deberá a este mismo día sus dos
períodos presidenciales, al frente ya no de una tropa, sino de un país devenido
potencia mundial y propietario de una de ambas mitades del orbe.
Ernest Hemingway, el cazador en su safari,
diez años después Nobel de Literatura, observador solitario, de cabeza vendada,
herido en un accidente automovilístico previo, que cree saber cómo escribir lo
que ve, pero también fabula lo que no ve, reflexiona en el después y vuelve a
pensar en Mary Welsh.
Erwin
Rommel, uno de los más famosos estrategas de la historia humana, persuadido de
que la defensa es suficiente en Normandía, y confiando en que las condiciones
climáticas hacen imposible un ataque aliado, esta mañana está ausente porque ha
vuelto a su casa para reunirse con su familia.
Franklin Delano Roosevelt, que viene prometiendo un destino de
supremacía a sus connacionales, y casi ha logrado ya convertir un pueblo de
agricultores religiosos, en una diabólica entente de guerreros, conquistadores
y financistas, enemigos del fascismo.
Franz
Gockel, que ahora tiene diecinueve años, pero que pasará los ochenta, mientras
continúe recordando el dia D, su dedo crispado en el gatillo de la
ametralladora que los aliados llamaron “cremallera” de Hitler, borracho de
pólvora, continúa siendo el cubículo blindado de defensor, su única forma de
continuar viviendo, y que se compadecerá de sus víctimas en lo sucesivo, cuando
las considere “humanas”.
George
Patton, el militar estadounidense más respetado por el enemigo, es un émulo de
D´artagnan, crítico tenaz que viene pensándose único protagonista de los
acontecimientos. Le ha tocado un papel de simulador, y eso lo tiene incómodo y
exacerba su actuación.
Norman
Cota, un militar que parece humilde, es quien saca finalmente las castañas del
fuego, es decir arranca de la muerte a sus ingenuos soldaditos, pero lejos de
la vista de cronistas, sin cámaras que lo filmen, apoyado sólo en su capacidad
de liderazgo y en la experiencia de sus cincuenta y uno vividos.
Winston
Churchill, que siempre apostó a su tarea y está pendiente de los resultados
esta mañana. Es un autosuficiente individuo, que previno después los destinos
de posguerra en cada país vencido o vencedor, y también por consecuencia, los
de emergentes asiáticos y latinoamericanos.
Y las
imágenes finalmente, porque se trata del observador, hay distancia, aunque casi
tacto en la ficción. Enfrentamiento de realidad y reflejo literario, cuando
vida y muerte tienen en ambos idéntico rango. Era “la puerta del infierno”,
tituló Franz Gockel años después, aunque depende siempre de a qué llamen
infierno cada lector y cada observador, y cada memorioso protagonista del día
D. Y también depende de qué consideren liberación, y a qué refieran con lo opuesto
al infierno: el edén. En tanto, Hemingway, con la cabeza vendada, vuelve a
sentir la ola calofrío de “Nunca nadie muere nada”, escrito años antes, porque
toda escritura es autobiográfica, hasta aquella aún no escrita y a la que
llamamos realidad en contacto, o particular visión de cuanto sucede. Después
llamó “ataúdes” a las barcazas de desembarco y recordó que el mar era verde,
pese a reflejar un cielo gris y tormentoso.
¿Acaso
fue esta la cosa más grande? Quizás fue cosa menor, o vana sombra de la obra
humana, o simplemente uno de los mayores crímenes de la historia si es que se
puede llamar “cosa” a la muerte. O quizás fue un acto fallido de sus autores
intelectuales, o el simple fracaso del intento solidario, libertador o de
protección. Hubo ejércitos ilusorios enfrentados al enigma, y puñados de
hombres muy reales y por eso frágiles, defendiéndose aun cuando atacaron.
El día
D es hasta aquí una irrupción de muchachitos que no conocen demasiado a sus
jefes, es una mala película, demasiado fácil, verdaderamente lineal quiero
decir, remedo de las tantas que se fabularán años después. Un juego para algunos, una condena prevista
por otros. Cosa de profesionales para muchos de los defensores alemanes. Pero
hay nubes rojas en torno a los heridos que no alcanzan a salir del agua, fatídicos
broches de los paracaídas estadounidenses que no abren a tiempo y comparten la
fatalidad, hay guerra de agotamiento y tozudez en la mayor parte de los jefes
(una forma más que adopta el crimen). Porque se volverá diferente si no muerto,
o al menos muy herido. Esto lo sabe perfectamente el observador de la cabeza
vendada, y también sabe desde ahora que estas alternativas serán siempre
preferibles a morir en un fracaso. Y
finalmente, en la operación overlord habrá más muertos civiles franceses, que
cuanto sumen las víctimas militares estadounidenses y británicas. El antes y el
después, con la mirada de un embarcado puesta en el hoy de su safari. Y tal vez
viendo ya, que otro mandatario de su país, setenta y tres años después,
proclame necesario volver al poderío que otorgan el número, el fuego y la
muerte, por el mismo idéntico camino.
«Tenemos que enfrentarnos a la terrible paradoja de que una democracia
en una guerra puede llegar a matar a muchos civiles, porque la presión de la
prensa y el Parlamento en casa para reducir las bajas puede forzar a los
comandantes a utilizar mayor potencia en los bombardeos. Y eso es lo que
sucedió en Francia. Churchill estaba muy preocupado por este tema porque decía
que los franceses les iban a odiar y trataba de convencer a los responsables de
los ataques aéreos para que intentasen mantener bajo el número de víctimas, que
llegaron a ser 15.000 antes de la invasión. Y durante la batalla subieron más
todavía. No sé cómo van a reaccionar los lectores estadounidenses ante el dato
de que en el Día D murieron muchos más civiles franceses que soldados
británicos y estadounidenses. Debo decir que a mí me chocó porque todos tenemos
mitificado el Día D, pero cuando uno descubre las víctimas de la batalla de
Normandía es terrible. Eso no minusvalora la valentía de los soldados o la
importancia de la batalla. Se montó un escándalo porque utilicé la palabra
crimen de guerra para describir el bombardeo de Caen y hay que ser muy
cuidadoso con esta expresión, lo que dije es que estaba cerca del crimen de
guerra. Pero lo que es cierto es que el bombardeo no consiguió nada y fue
estúpido desde el punto de vista militar porque si quieres capturar una ciudad
rápidamente no deberías destrozarla. Y sólo hubo bajas entre los civiles (…)
Pasó por delante de nuestra posición una familia que llevaba el cuerpo de un
niño tendido encima de una puerta. No sabíamos cómo había muerto. El dolor
pintado en los rostros de aquella familia inocente nos afectó a todos e hizo
que nos emocionáramos por los habitantes de la comarca y lo que debían de estar
pasando» (p. 369): Sin embargo, esta emoción no impidió que a lo largo de los
meses de junio, julio y agosto las directrices de Eisenhower, Bradley,
Montgomery y Tedder fueran las de avanzar a pesar y en contra de todo. Aunque,
desde el avance de una columna de la 3ª División Acorazada llegando a Avranches
(la puerta de Bretaña), Ernest Hemingway escribiera a su futura esposa Mary
Welsh, hablándole de la ´vida muy alegre y divertida [que llevaba], llena de
muertos, botines de alemanes, un sinfín de tiros, un sinfín de peleas, setos,
pequeñas colinas, caminos polvorientos, paisajes verdes, campos de trigo, vacas
muertas, caballos muertos, tanques, cañones de 88 mm, Kraftwagen, y chicos
americanos muertos`»
Antony Beevor, El día D. La batalla de Normandía, 2009
Refiriéndose a Normandía, 6 de junio de 1944
©
Carlos Enrique Cartolano. Recuerdos del olvido, 2017
Ilustración:
Ernest Hemingway
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